ISABEL SAN SEBASTIÁN-El Mundo
Los de Rivera han hecho bandera de la defensa de España y crecen en las encuestas a un ritmo imparable
SEGÚN la versión oficial, la banda terrorista fue vencida por el Estado y ha terminado disolviéndose sin obtener nada a cambio. Lo dijo en 2008 el hoy presidente Mariano Rajoy, cuando dio su aval indispensable al proceso de negociación entablado por Zapatero: «No ha habido precio político a la paz». ¡Ya lo creo que lo hubo! Un precio impagable en términos de dignidad, cuyo importe aumenta cada día hasta el punto de amenazar la integridad territorial de España. Porque el golpe empeñado en quebrar la unidad de esta nación sigue en marcha. Lejos de rubricar su derrota en Cambo-les-Bains, ETA no ha hecho sino escenificar otro paso en la hoja de ruta trazada junto a sus cómplices nacionalistas.
ETA no ha desaparecido; ha trocado la capucha por la corbata, con la colaboración de cuantos ansían sacar provecho de los 853 muertos que se revuelven en sus tumbas al oír hablar de cambios en la política penitenciaria. ETA nunca fue una cuadrilla de psicópatas, sino una organización estructurada cuyo propósito era y es lograr la independencia del País Vasco, previa anexión al mismo de Navarra, expulsar de allí a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad estatales e instaurar una república. Hay quien piensa que ninguno de esos propósitos se ha cumplido ni se cumplirá. Yo les invito a reflexionar sobre dónde estábamos en 1978, cuando se aprobó la Constitución combatida a sangre y fuego por esos sicarios, y dónde estamos ahora.
Lo de menos, por repugnante que resulte, es la prisa que se ha dado el peneuvista Urkullu en revelarnos que el jefe del Ejecutivo es «sensible» a su petición de agrupar a los presos etarras en cárceles vascas. Zapatero dejó bien atados los acuerdos suscritos con los terroristas y Rajoy no ha movido un dedo para deshacer esos nudos. Ahí está Batasuna/Bildu en las instituciones, más de trescientos criminales han sido acercados a sus casas o directamente liberados, Josu Ternera anda suelto y los «mediadores» han cobrado religiosamente sus salarios, probablemente con cargo a los fondos reservados.
Lo realmente alarmante es lo rápido que se propaga el fuego separatista al reclamo de esa impunidad. Navarra está gobernada por los colegas de Arnaldo Otegi y se acerca al «Anschluss» que exigía ETA, merced a un pacto ignominioso respaldado por los socialistas. Sucesos como los de Alsasua demuestran hasta qué punto se mantiene viva la voluntad de echar de allí a la Guardia Civil, como sea. Cataluña continúa en rebelión abierta pese a la aplicación teórica del 155, e incluso vive episodios de violencia crecientes que obligan a llevar escolta a ciertos políticos y periodistas. Se habla ya sin reparos del «derecho de autodeterminación» o de «la república», y se aceleran las campañas destinada a «catalanizar» la Comunidad Valenciana, Baleares y Aragón, antes de que sea demasiado tarde.
Porque si bien el PSOE se rindió hace tiempo, Podemos respalda con entusiasmo la voladura del orden constitucional y al PP le ha faltado arrojo para poner pie en pared desde el Gobierno, lo cierto es que Ciudadanos constituye un problema grave para las pretensiones de la banda y sus diversos compinches. Los de Rivera han hecho bandera de la defensa de España y crecen en las encuestas a un ritmo imparable. El electorado desencantado con los partidos tradicionales parece confiar en ellos para que pongan fin a esta farsa, tal como han prometido hacer, y a tenor de los sondeos van a ganar las elecciones. De ahí las prisas de los golpistas, empezando por los etarras. Su legado envenenado peligra.