Jon Juaristi-ABC

  • El apoyo de los socialistas a la Monarquía Constitucional implica algunas condiciones tácitas

El 15 de junio de 1987, día de espantoso calor en un nada climatizado Palau de la Música de Valencia, Octavio Paz pronunció el discurso inaugural del Congreso de Intelectuales que él mismo presidía como uno de los poquísimos sobrevivientes entre los que asistieron cincuenta años atrás al Congreso de Intelectuales Antifascistas celebrado en la misma ciudad. En su discurso de 1987, Paz contó que Indalecio Prieto le había confiado en 1946, durante una conversación que ambos mantuvieron en París, que «el único régimen viable y civilizado para España era una Monarquía Constitucional con un primer ministro socialista, pues las otras soluciones desembocarían en el caos o en la prolongación de la dictadura franquista. En 1946, Prieto acababa de ganar la partida en Méjico a Negrín, destituído de la presidencia del gobierno republicano en el exilio. Paz no mencionó en todo su discurso al dirigente socialista que encarnó la resistencia republicana al prietismo hasta pocos meses antes de la muerte de Franco: Julio Álvarez del Vayo, que terminaría su vida presidiendo el FRAP, la organización marxista-leninista (y terrorista) en la que militó el padre de Pablo Iglesias Turrión.

En 1995, Enrique Múgica Herzog explicaba a Tom Burns Marañón que los socialistas dieron el sí a la Constitución de 1978 y, por consiguiente, a la Monarquía Constitucional, porque el PSOE siempre había sido accidentalista en política y, por tanto, pudo apoyar la restauración monárquica por las mismas razones que le llevaron a forzar en 1931 la instauración de la República. En ambos casos se trataría de recuperar la democracia. Como observé en su día, creo que Múgica confundía accidentalismo con posibilismo. El accidentalismo (como su origen escolástico da a entender) es una tesis católica que defiende la imparcialidad de la Iglesia ante las formas de gobierno según su definición aristotélica. Los socialistas nunca han sido accidentalistas en ese sentido. Por ejemplo, Prieto pensaba que el único régimen civilizado y viable para España sería uno cuya forma de gobierno no fuera monarquía o república, a secas, sino «una Monarquía Constitucional con un primer ministro socialista». Toda otra forma de gobierno conducíría al caos o a la prolongación de la dictadura.

Estuve presente en el Palau de la Música durante el discurso de Octavio Paz, pero también en otras ocasiones en que dirigentes socialistas españoles han sostenido públicamente tesis bastante parecidas a las de Prieto. Una de las más divertidas fue un coloquio que mantuve con Jorge Semprún en el Instituto Cervantes de Toulouse, en el que se presentó como el primer ministro de Cultura del régimen que ahora los herederos del FRAP llaman «del 78». Recordé a Semprún que le habían precedido en el cargo Ricardo de la Cierva, Soledad Becerril y -quizá el olvido más imperdonable- Javier Solana. Pero lo importante es que los socialistas, tanto en tiempos de Prieto como en los de Sánchez Pérez-Castejón, no pueden concebir una Monarquía Constitucional legítima sin un gobierno socialista. Es lo que el actual presidente ha dejado entrever al afirmar, en su defensa de la Monarquía Constitucional (y con independencia de sus protestas de lealtad a un pacto no troceable), que es el régimen más conveniente para España en el momento actual. Lo que no supone sino insistir en el inveterado posibilismo de la tradición socialista española desde el Prieto de 1946. Como ya explicaba Múgica a Burns, «nuestra postura es muy distinta a la de los monárquicos que creen en la institución». Monarquía Constitucional con primer ministro socialista, vale. Sin socialistas en el Gobierno, lagarto, lagarto…