Miguel Ángel Aguilar-Vozpópuli

La decisión de adelantar las elecciones generales al domingo 23 de julio fue adoptada por el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE en la madrugada del lunes, día 29 de mayo, mientras se acababan de anotar los datos del escrutinio de las urnas que reflejaban la debacle registrada en los 8.129 municipios y en 13 de las 17 Comunidades Autónomas, así como en las ciudades de Ceuta y Melilla. Sucedió en Moncloa, con nocturnidad y alevosía. Los escogidos para la ocasión eran Óscar López, director del gabinete, y Antonio Hernando, su adjunto. Los llamados a posteriori, Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, María Jesús Montero, vicesecretaria general del PSOE y ministra de Hacienda y algunos sherpas y portavoces de añadidura. Todo se despeñaba y parecía propiciar el recuerdo de los sonetos teológicos de Agustín García Calvo, en particular el que comienza:

Enorgullécete de tu fracaso,

que sugiere lo limpio de la empresa:

luz que medra en la noche, más espesa

hace la sombra, y más durable acaso.

Se dice que los días se conocen por sus vísperas y la grandeza de las fiestas por el número y uniformidad de los conductores que acarrean a los próceres

En las sedes de los partidos concurrentes a las elecciones, aderezadas en proporción a las expectativas, iban apareciendo a dar la cara los líderes respectivos, alborozados por los triunfos o tristes por las derrotas. Unos y otros empezaban sus breves parlamentos agradeciendo a los militantes los esfuerzos desplegados durante la campaña electoral. Convocaban a seguir en la tarea pendiente a cumplir en beneficio de todos, tanto si habían sido votantes suyos como si habían expresado otras preferencias. Seguían la máxima de Churchill: “En la derrota, altivez; en la guerra, resolución; en la victoria, magnanimidad; en la paz, buena voluntad”. Se dice que los días se conocen por sus vísperas y la grandeza de las fiestas por el número y uniformidad de los conductores que acarrean a los próceres y que los triunfos se anticipan por el engalanamiento de las fachadas. Bastaba recorrer Madrid, en la tarde del domingo 28, para comprobar que en la sede socialista de la calle Ferraz descartaban esa noche cualquier celebración de resultados, mientras que en los alrededores de la calle Génova esquina a Zurbano, sede de los populares, todo eran anticipaciones festivas, incluido el montaje del balcón de mecanotubo, adosado al chaflán, al que llegado el momento accederían los líderes para saludar desde la barandilla, arengar a los entusiastas y corresponder a sus aclamaciones. El contraste de la música y la algarabía de Génova con el oscuro silencio de Ferraz, con Pedro Sánchez ausente y sus candidatos –Reyes Maroto para el Ayuntamiento y Juan Lobato para la Comunidad de Madrid- dejados en el abandono, transmitía un mensaje contundente.

Pensó que lo importante era cambiar de pantalla y de conversación, no dar ni un minuto a la depresión y proponer una nueva meta. Evitar que nadie tuviera tiempo para darse a la conspiración dentro de su partido

Entonces, como dicen los cronistas deportivos, cuando narran las remontadas del Real Madrid en la Copa de Europa, Pedro Sánchez tiró de épica y dobló la apuesta decidiendo convocar las elecciones el domingo 23 de julio. Pensó que lo importante era cambiar de pantalla y de conversación, no dar ni un minuto a la depresión y proponer una nueva meta. Evitar que nadie tuviera tiempo para darse a la conspiración dentro de su partido, aunque al mismo tiempo tampoco quedara margen para encizañar las filas del adversario. Atender al principio de la mecánica existencial de Milan Kundera según el cual la velocidad lleva a la amnesia y el público siempre está reclamando “mentiras nuevas”, como señalaba la viñeta de El Roto un primero de año.