Inma Castilla de Cortázar-La Razón
Cuando alguien destacaba por su liderazgo, capacidad de diálogo y de servicio y era querido por los ciudadanos, ETA se encargaba de liquidarlo. De esta forma los ciudadanos constitucionalistas se fueron quedando sin referencias políticas
Los resultados de las recientes elecciones vascas del domingo 22 de abril, no por esperados han sido menos demoledores, incluso, incomprensibles y… vomitivos. Soy una de los más de 200.000 ciudadanos vascos que tuvimos que abandonar nuestra patria chica. Mi caso no fue dramático, pero fue uno más. Tras volver de mi estancia postdoctoral en Alemania, conversando con el director de Departamento en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) en donde había defendido la tesis doctoral, con cierto tono esperanzador me preguntó: «¿Tú, quizá, podrías impartir docencia en euskera?». Contesté que eso, en una disciplina como la Fisiología Médica, no era posible para nadie, si se quería hacer bien, «porque no tenemos los términos, ni la capacidad de encontrar los símiles a los que hay que recurrir para que el alumno entienda el mecanismo fisiológico, tan lógico como complejo». Me miraba, transmitiendo un cierto asentimiento, y proseguí con la certeza de quien plantea una obviedad: «¿Cómo explicar que el corazón es un sincitio? … ¿“sincitua”, como “aireportua o unibertsitatea”?». Ante mi asombro, comentó afectuosamente: «Tú serías buena para la “Comisión de Normalización Lingüística”». No pude evitar balbucear: «¿Para inventarnos todos los términos que no tenemos?». Estaba claro: no se crearía plaza alguna que no fuera en euskera. No era una sorpresa, pero una inmensa pesadumbre me invadió, consciente del empobrecimiento que semejante política lingüística provocaría. Pronto lo comprobamos en los amigos que, teniendo pendiente su tesis doctoral, dedicaban no menos de seis horas diarias a traducir –a duras penas– al euskera el Guyton, tradicional tratado del Fisiología Médica.