- La familia está metida en política y tiene estrechas relaciones con el sector bancario español; sin embargo, el miembro más visible de la saga, que ostenta un alto cargo institucional, odia a España, odia todos sus símbolos, miente sobre España y le inventa un pasado tan oscuro como falso
El acertijo: tenemos una familia de posibles que se beneficia de todos los servicios imaginables que España pueda ofrecer mientras sus retoños estudian en nuestras universidades públicas; la familia está metida en política y tiene estrechas relaciones con el sector bancario español; sin embargo, el miembro más visible de la saga, que ostenta un alto cargo institucional, odia a España, odia todos sus símbolos, miente sobre España y le inventa un pasado tan oscuro como falso. Entre tanto, explota ese odio políticamente, le saca rédito a través de la cruda demagogia. Una que solo funciona con analfabetos funcionales. Pero son legión. Disponiendo de un enorme poder, más un sistema de Justicia trucado para que jamás salpique a su turbio partido, adopta una injustificada y ridícula actitud de víctima. ¿Qué familia es?
¿Hablamos de los Pujol? ¿De una de esas estirpes del nordeste enriquecidas en el franquismo proteccionista y llegadas al separatismo? ¿De esos apellidos que salvaron o recuperaron las fábricas de la quema anarquista gracias a Franco, y que en 1980, con la llegada de Pujol al poder, se hicieron nacionalista catalanes de toda la vida? ¿Esa burguesía que, mientras otros exhibían por fin legalmente su carné del PSUC, aportaban como equivalente prueba de antifranquismo tres carnés? El carné del Barça, el del Palau de la Música y el del Centre Excursionista de Catalunya? El Barça que honró a Franco cuanto pudo y que no creyó en su muerte hasta hace poco, cuando solicitaron la retirada de sus tres condecoraciones tres. (Pensaron que quizá sí había muerto el caudillo a fin de cuentas). El Palau de la Música, con el Orfeón, fue un tinglado que atravesó el franquismo y acabó en merienda de negros con el apellido Millet de fondo. En cuanto al excursionismo, si constituye una actividad antifranquista, entonces yo lucho contra el cambio climático cuando me afeito y contra el heteropatriarcado cuando duermo.
—Seguro que para hallar la solución al acertijo habrá que buscar en aquella vieja Convergència, ¿verdad, Girauta?
—Frío, frío —respondo yo.
—A ver, sin duda se trata de alguien catalán.
—O vasco, o navarro, o balear, o valenciano, o gallego, o… —Y cuando voy a darle la pista me corta—: ¡Ay, qué nervios! ¡Hay tantos desagradecidos entre los que escoger! ¡Tantos funcionarios del victimismo! Pero uno diría que… ¡sí! Los Pujol—. Y resuelvo:
—¡Error! Ha perdido el coche y el apartamento en Torrevieja. ¡Oh…! La respuesta está en el sobre. Y es… ¡Claudia Sheinbaum, presidenta de México, y su familia! Su hijos directos e indirectos estudiaron en España; su maromo viene del Santander; ella no ha dejado de visitarnos, ergo algo le gustará. Sheinbaum encuentra sin embargo en España el habitual comodín de los frustrados, de los demagogos, de los ignorantes y de los ingleses: ¡la leyenda negra! Nada vende más que el victimismo, ruleta donde doña Claudia apuesta por indigenismo, anticolonialismo y feminismo. ¡Intersecciónese, señora! Por supuesto, de indígena no tiene nada. Nueva España no fue una colonia. Mujer sí que es.