ABC-IGNACIO CAMACHO
El moderantismo que ha creado mayorías sociales desde el centro corre riesgo serio de quedar en fuera de juego
LOS teóricos futboleros del achique de espacios –los Sacchi, Maturana etcétera– aprovechaban la regla del offside para constreñir la movilidad del adversario. Convirtieron en dogma la presión posicional para ahogar a los rivales en una franja muy angosta del campo, de la que sólo podían salir a base de imprecisos pelotazos. La táctica funcionaba si los jugadores la aplicaban con un rigor fanático, el mismo con que en la política posmoderna el populismo acorrala a los proyectos moderados. El viejo consenso liberal-socialdemócrata, que construyó el bienestar europeo sobre un modelo conciliador y pragmático, está quedando arrinconado por el empuje del maximalismo sectario, que explota el desencanto de los valores convencionales y se apodera de su ámbito con un discurso exaltado que explota la emocionalidad, inventa enemigos y compone bandos no a partir de ideas sino de estados de ánimo.
El moderantismo corre serio riesgo de quedar, como los equipos incautos, en fuera de juego. La potencia de la irrupción populista desde ambos lados del espectro ideológico desequilibra la correlación de fuerzas que establecía una mayoría social de centro. Esa pinza ha destrozado en Francia a Macron con la protesta de los chalecos. En España, el fenómeno empezó con la eclosión de Podemos, que abrió una vía de agua al PSOE por el flanco izquierdo y le provocó un debate que lo reventó por dentro. Luego, el viraje radical de Sánchez, culminado con el asalto al Gobierno, irritó a amplios sectores de la derecha que a su vez han buscado la respuesta desplazándose hacia el extremo. El resultado de esa tensión recíproca, de esa dialéctica de espejos, es que en territorios como Andalucía el voto iliberal suma ya en conjunto un veinticinco por ciento, y en el resto de España tiene una fuerte expectativa de crecimiento. La suicida estrategia bipolar del sanchismo está teniendo éxito porque el auge radical empareda a las fuerzas centristas y las conduce a una situación de bloqueo. El desplazamiento socialista genera un corrimiento que deja al bloque constitucional cada vez más pequeño. Si se añade el desafío sedicioso del separatismo, con su incendiaria mitología del desencuentro, resulta que se ha empezado a extender una especie de nostalgia treintañista, una atmósfera de enfrentamiento cuya «memoria histórica» no augura nada bueno. Basta leer a Chaves Nogales en «A sangre y fuego» para saber qué pasa cuando se estrecha la calle de en medio.
La retórica de combate que propagan los líderes airados trata de convertir el voto en un puño de hartazgo con el que golpear al contrario, y en ese duelo pierden siempre los que tratan de mantener un criterio sensato. Durante la reciente efeméride de la Constitución se ha celebrado mucho la renuncia a los principios dogmáticos, pero ésta es la hora en que la moderación languidece derrotada a garrotazos. Vamos cuesta abajo.