Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 3/6/12
U n dicho alemán asegura que resulta tan fácil convertir una pecera en sopa de pescado como arduo hacer lo opuesto. Esa idea, referida a la reputación de los países, podría expresarse de otro modo: que el prestigio se gana a lo largo de años de sensatez colectiva y buen hacer y se va al garete en menos que canta un gallo, cuando la primera se transforma en delirio nacional y el segundo en reino del disparate y la chapuza.
Millones de españoles, angustiados por el desastre que vivimos, han olvidado (o no han sabido nunca) que hubo una época -los años de la transición y los inmediatamente posteriores- en que España fue universalmente respetada por transitar pacíficamente de la dictadura a la democracia y emprender un proceso de modernización en tiempo récord.
Aunque no se trata de decir, con el vate, que cualquiera tiempo pasado fue mejor, sí hay que recordar que ha sido la fiebre de nuevos ricos que asoló el país durante las vacas gordas de la burbuja inmobiliaria la que nos ha devuelto a la España de charanga y pandereta que cantara otro poeta: la de los trayectos de AVE clausurados por falta de demanda, los aeropuertos cerrados por ausencia de viajeros, las regiones que montan circuitos de fórmula 1 o estudios de cine con pérdidas multimillonarias, los museos supermodernos que no visita nadie, los ERE para amigos políticos y parientes o las Cidades da Cultura levantadas sin objeto conocido.
Es esa España la misma en que hay un pueblo cacereño de 1.600 habitantes -Guijo de Galisteo- donde hoy se celebra un referendo para decidir si la mitad de los ¡30.000 euros! previstos en el presupuesto local para festejos taurinos deben gastarse en toros o en empleo temporal. Y es esa -la que va de El Buscón al cine de Berlanga- la del ayuntamiento de Ponteareas que, con 23.000 habitantes, debe, según versiones, entre 2000 y 2.500 millones de pesetas, mientras mantiene una televisión local que genera un déficit de 270.000 euros anuales.
Claro que si de los escándalos de calle pasamos a los de pajarita, la cosa, lejos de mejorar, empeora a paso de gigante: pues ahí está un yerno real procesado por corrupción, un presidente de Tribunal Supremo acusado de lo mismo por pagar con dinero público sus fines de semana, o unos directivos de entidades financieras que, tras haberlas dejado con agujeros de billones de pesetas, se han ido a su casa de rositas y con indemnizaciones insultantes.
Nadie debería extrañarse, por eso, de que quienes, fuera de España, han convertido hacer bien las cosas en su cultura nacional nos miren con conmiseración o con desprecio. Pero para luchar contra una y otro no hay que darse golpes de pecho patrióticos, sino acabar con el despilfarro, la sinvergonzonería y la pura y simple corrupción. Lo otro es chovinismo de trapillo y cinismo del peor.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 3/6/12