Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 30/9/11
Eduardo Uriarte (Teo) publicará próximamente su segundo libro, Proceso de Paz, reflexión desde la Memoria. El primero fueron sus Memorias Políticas, en las que repasaba su afiliación actual al Partido Socialista de Euskadi, su encuadre en Euskadiko Ezkerra, su enjuiciamiento en el Proceso de Burgos durante el franquismo y sus peripecias en los orígenes de ETA.
Hoy es uno de los principales impulsores de la Fundación para la Libertad, actividad que compatibiliza armónicamente desde su reciente jubilación con el deporte y la agricultura, todo ello en Vitoria y protegido por sus escoltas, representando muy a su pesar y de manera inmejorable la paradoja vasca.
Hoy, un grupo de personas, si tienen menos de 70 años, pueden contar, desgraciadamente, que no han conocido la libertad durante toda su vida, que no han podido dejar de luchar por ella después de la desaparición de Franco y -poco importa su origen, su clase o su ideario, pueden ser de derechas o de izquierdas, sindicalistas de hoy y luchadores contra Franco, tener su origen político en el entorno de ETA o en la misma banda- a todos ellos les ha unido, les une todavía, la necesidad de escoltas para sencillamente vivir.
En las primeras páginas del libro, que no gustará a todo el mundo pero seguro será de interés para la mayoría, me encuentro con una reflexión sobre el comportamiento del Estado ante ETA desde su origen. Muy convincente, Teo nos dice: «Con ETA todo ha sido exagerado. Es cierto que ante la perturbación que produce la violencia, la sensatez en muchos casos se esfuma, pero desde el mundo académico al político, pasando por el periodismo, debiera exigirse la suficiente serenidad y racionalidad en su tratamiento como para que las medidas adoptadas vayan dirigidas a promover su desaparición y no su reforzamiento. En gran medida, ETA ha sido consecuencia de lo que sus adversarios han hecho frente a ella».
Y muestra a continuación ejemplos, pruebas que apoyan su tesis principal: demuestra cómo los sectores más intransigentes del franquismo -en trance de perder sus posiciones privilegiadas ante el empuje de nuevas familias franquistas, que si no eran mejores eran desde luego más inteligentes- manipulan y engrandecen una organización sin la capacidad operativa que tuvo posteriormente, con la única voluntad de volver a la pureza de los orígenes franquistas y mantener su posición privilegiada.
Cálculo político
El problema es que la incipiente organización manipulada por estos aprendices de brujo adquirió una tenebrosa fuerza y una capacidad para sobrevivir que le permitió proyectar su macabra influencia más allá de la aprobación de la Constitución del 78 y del Estatuto de Gernika, pudiendo, aun hoy en día, convertirse en el centro de una campaña electoral, no tanto por su capacidad operativa sino por la estupidez de unos, la pasión de otros y los intereses bastardos de algunos más, dando la razón a Uriarte casi cinco décadas después.
No cabe duda, como Teo reconoce, que los secuestros, las extorsiones y los asesinatos terroristas provocan tal alteración en la sociedad que es fácil la entronización de los sentimiento No me parece necesario discutir la evidencia, constatada por mí durante muchos años en mi actividad política, y no me merecen tampoco ningún reproche esas reacciones, puesto que ante el asesinato de un ciudadano inocente o ante la imagen de un Ortega Lara no es fácil comportarse con frialdad y cálculo político. Ni para los ciudadanos anónimos ni para los responsables políticos, aunque estos últimos deberían hacer un esfuerzo por comportarse como sus obligaciones les imponen.
Por el contrario, sí me obliga al rechazo y a la repugnancia las reacciones que tienen como objetivo la rentabilidad política, social o económica en diferentes ámbitos. Por desgracia ha habido numerosos ejemplos de estos comportamientos y los seguimos teniendo presentes en el panorama político español, siendo a mi juicio factor determinante de la perpetuación del «problema vasco» o, más ajustadamente, de ETA.
Sigue siendo todo exagerado, seguimos viendo reacciones ante ETA y su entorno justificadas exclusivamente en la rentabilidad a corto plazo. Decía estos días -con acierto, desde luego- Patxi López: «No volvamos a hacer la campaña a Bildu», refiriéndose a la tormenta perfecta que a favor de Bildu organizamos los demócratas unos días antes de que empezara la última campaña municipal, siendo el Tribunal Constitucional pieza clave e imprescindible en esa operación.
Pasados escasos meses, olvidada ya la rotunda victoria del partido radical en los últimos comicios municipales, descontadas todas sus impertinencias durante estos últimos meses y su discurso favorable a demostrar la utilidad de ETA, nos encontramos en las mismas. Los presos de ETA han firmado, justo en periodo electoral, un documento apoyado anteriormente por la izquierda abertzale, en el que exigen la amnistía y una negociación política en la que el final está decidido de antemano: la autodeterminación.
Y una parte de la clase política española, empeñada en el cálculo político sectario o emborrachada del buenismo más estúpido, automáticamente aplaude el hecho como si fuera histórico, como si nos mostraran una reconversión, un cambio radical de los presos.
No hay nada de lo que quieren ver los ladinos y bobalicones. Pero aunque lo hubiera, por pura inteligencia política no deberían mostrar su conmoción, porque no es todo lo deseado, lo pedido, lo exigido.
Si de verdad quisieran tener un comportamiento inteligente, razonable, estratégico, sacaríamos el asunto de la campaña electoral, no les haríamos caso, ni le daríamos importancia. Es más, no sería un momento inadecuado para reafirmar nuestra voluntad, la de los grandes partidos, de proyectar la política antiterrorista de la siguiente legislatura que podemos resumir de la siguiente manera: acuerdo entre todas las formaciones políticas, especialmente los dos grandes partidos nacionales, en que no habrá negociación política ni amnistía para los presos etarras y que cualquier clase de variación en la política penitenciaria será producto de un gran consenso, todo ello con el objetivo de hacer desaparecer a la banda terrorista. Hoy, aunque parezca mentira después de todos los desaguisados cometidos por unos y por otros, tenemos la iniciativa política. ETA no puede actuar sin correr el riesgo de provocar la ilegalización de Bildu y, con la banda maniatada por una realidad tan determinante como por una capacidad operativa capitidisminuida que provoca la desconfianza en su capacidad de padrinazgo, cuando no la deserción de los más sensibles a las derrotas, nosotros somos quienes podemos establecer el ritmo y los tiempos.
Sería así si todos nos comportáramos como Teo Uriarte propone en su libro. Pero, bien por interés o por estupidez, volvemos a correr el riesgo de exagerar y manipular todo lo que acontece alrededor de ETA, y esto siempre irá a corto, medio o largo plazo en nuestro perjuicio.
Nicolás Redondo. Presidente de la Fundación para la Libertad.
Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 30/9/11