IGNACIO CAMACHO-ABC
- El gran problema de Sánchez es su lábil relación con la coherencia. En política la falta de credibilidad no tiene vuelta
La portavocía del PSOE o del Gobierno se ha convertido con Sánchez en un ejercicio de riesgo, al menos para cualquier político que sienta algún aprecio por su propio crédito. Que no es el caso porque todos los subalternos del presidente saben que entre las servidumbres del trabajo figura en lugar principal la posibilidad de quedar desairado por alguno de los frecuentes cambios de criterio del hombre al que deben el cargo. Para ser ministro en este Gabinete se necesita completa disposición a defender una postura y su contraria «en horas veinticuatro», sin atisbo de pudor y asumiendo el mal trago ante la prensa y el Parlamento con cara de palo. En los últimos días, a cuenta la de crisis energética y debates derivados, han tenido que pasar por ese trance Teresa Ribera, Pilar Alegría, Isabel Rodríguez y Félix Bolaños, enviados por riguroso turno a repetir enfáticas consignas de argumentario que su jefe ha convertido en cenizas dialécticas al cabo de un rato. En Moncloa debe de haber un gimnasio para flexibilizar las cinturas que cada tarde acaban dislocadas a base de bandazos.
Al margen de que en algunas (pocas) ocasiones acierta cuando rectifica, como en la rebaja del IVA del gas, la lábil relación de Sánchez con la coherencia ha acabado por convertirse en el mayor de sus problemas. La falta de credibilidad de un político no tiene vuelta. Su malversación continua de la palabra dada irritó al principio, luego provocó indiferencia y ahora ha pasado a ser carne de ‘meme’, asunto de comedia, fuente de parodia que a la hora de relacionarse con los ciudadanos adquiere una vertiente seria. La gente ha aprendido de la experiencia de aquellos estrambóticos consejos de Simón el Embustero durante la pandemia, de tal modo que basta que el Ejecutivo descarte el racionamiento de energía eléctrica para que en pleno agosto hayan aumentado (es un dato real) las ventas de chimeneas, leña y linternas. Cuando ocurre algo así, más allá de la anécdota, un gobernante ha perdido la autoridad, la confianza y el respeto elemental que requiere su tarea. Y todo lo que haga o diga queda bajo sospecha.
Ese estado de opinión pública ha cuajado al punto de adquirir masa crítica y no lo va a cambiar una ofensiva propagandística como la que el sanchismo ha pergeñado en un intento de levantar sus maltrechas expectativas. Podrá retener con ella algunos votos de la facción más convencida pero ya carece de capacidad de persuasión para vencer el sólido, fundado escepticismo de la mayoría. Google registra ocho millones de resultados en una búsqueda simple de «rectificaciones de Sánchez», cinco millones si se busca por «contradicciones» y ¡¡quince millones y medio!! si se asocia su nombre a la palabra «mentira». En las próximas elecciones su verdadero adversario no es el PP sino esa estadística. Que podrá ser hiperbólica, sesgada si se quiere, pero no inmerecida.