ABC-IGNACIO CAMACHO
Rivera fue el que más brilló de los cuatro, y Sánchez el que peor salió del debate respecto a cómo había entrado
EL de anoche no era el debate que Sánchez deseaba, porque no estaba Vox, pero tampoco el que de ninguna manera quería, que era un mano a mano con Pablo Casado en el que éste resultase percibido como alternativa. En un cara a cara ganas o pierdes, atizas o te atizan. A cuatro, en cambio, más que un debate es un espectáculo y como además se trataba de una especie de eliminatoria a doble vuelta, la partida de ayer no era decisiva; queda margen para remontar el resultado de la ida. Lo peor para el presidente es que el enredo de los días previos le ha arrastrado a exponerse más de lo que pretendía y abordar problemas antipáticos que trataba de camuflar en su campaña evasiva. Para eso quería a Abascal como el quinto elemento, como contrapeso sobre el que cargar el espantajo de una derecha franquista; aun en su ausencia lo invocó cuanto pudo y sólo le faltó dirigirse, como el Tenorio, al fantasma del Comendador encarnado en una tribuna vacía. También faltaban Otegui y Junqueras, los brazos y los pies de Frankenstein, los que le sostienen la silla. Era una situación rara: había tres elefantes en la sala y ninguno estaba a la vista.
Si ganar un debate consiste en ser el que mejor exponga sus propuestas, el vencedor fue Albert Rivera. Entró en tromba contra Sánchez desde el primer segundo, planteó con claridad comprensible sus proyectos y le levantó el papel de jefe de la oposición a un Casado que en su deseo de demostrar seguridad, moderación y solvencia se mostró en ocasiones más atento a los datos, a las cuestiones técnicas y a las ofertas de su programa que a colocar al presidente contra las cuerdas. El candidato de Cs jugaba a arrebatarle al PP el liderazgo de la derecha y en cierto modo encarnó ese papel incluso con cierto aire de suficiencia. Resultó bastante eficaz al apelar al voto emocional, al del corazón, al que se moviliza en torno a España como idea. El mejor momento de la noche fue cuando entre ambos acorralaron al rival común con el indulto a los golpistas como herramienta para golpearle en el flanco donde ofrece una debilidad manifiesta. No respondió, pero sus excusas huidizas eran en sí mismas una respuesta.
En realidad, el presidente no contestó a nada; incómodo, sin apenas mirar a la cámara, forzado. Hubo momentos en que, sometido al doble fuego cruzado de sus adversarios, simplemente no compareció en la discusión, escaqueándose del toma y daca para evitar daños. Pablo Iglesias, agarrado de forma casi esperpéntica a la Constitución que quiere derogar, se le ofrecía como aliado pero la estrategia socialista no pasa por hablar ahora de pactos, y eso que el de Podemos parecía conformarse con algún ministerio secundario. De los cuatro, Sánchez fue el que peor salió respecto a cómo había entrado. Al final escurrió el bulto y envió a explicarse a Ábalos. Tiene otra oportunidad pero ya lleva en negativo el saldo.