Gorka Maaneiro-Vozpópuli

  • Tras la llamada del chivato a la acción y a la venganza, los fanáticos más brutos decidieron llevar a cabo su particular ajuste de cuentas

Los fanáticos no descansan. Y si son independentistas catalanes, mucho menos, supongo que porque su vida, tras disfrutar de la independencia de Cataluña durante ocho segundos, se ha vuelto aburrida e insípida y carece de sentido; y, como casi todos los nacionalistas, viven amargados. Aunque van avanzando hacia sus objetivos gracias a Sánchez Illa, el caballo de Troya del independentismo, en el fondo es un quiero y no puedo; y, mal que les pese, todavía deben compartir acera con quienes piensan distinto o no hablan en lo que ellos consideran que debemos hablar el resto. Una cusqui, como dicen los castizos. Y es entonces cuando les explota la cabeza y acosan al que piensa distinto, se comporta de manera diferente al que obliga el pensamiento único o se sale del carril establecido por la secta. O, simplemente, al distinto que simplemente piensa, lo que viene a ser lo mismo.

La heladería Dellaostia, sita en el barrio de Gracia en Barcelona, ha sido acosada estos días por las hordas nacionalistas. Y fue víctima de un acto de vandalismo. Los violentos van ampliando su área de influencia. Al parecer, por haber atendido en español a la pareja de un concejal de ERC, socio progresista de Sánchez. Dios los cría y ellos se juntan. Antonio Baños, exlíder y exdiputado de la CUP, chivato confeso, arremetió contra el comercio a través de las redes sociales. Al parecer, el sujeto no se atreve a acudir a cara descubierta, así que amenaza desde la distancia y anima a los más descerebrados a hacer acto de presencia y llevar a cabo el correspondiente ajuste de cuentas. Habrase visto.

Desconozco qué tipo de violencia emplearán en próximas ocasiones: si la sutil que han empleado hasta ahora impunemente o si pasarán directamente a las manos o a cosas peores, agresiones físicas incluidas

¿A quién se le ocurre expresarse en el idioma que considere en pleno siglo XXI?. ¿A quién se le ocurre hablar en español en cualquier parte de España, incluida Cataluña?. Pero, efectivamente, estamos hablando de la España de Sánchez y de la Cataluña de Illa, progresistas redomados que pretenden arrinconar al español de la vida pública, sin otro objetivo que dejarse perdonar la vida por los nacionalistas y el resto de cenutrios que se dicen de izquierdas, una contradicción en los términos que hoy es el pan nuestro de cada día. De momento ya han conseguido que no se pueda estudiar en español en Cataluña, con el beneplácito culposo del Gobierno de España. Baños calificó a Dellaostia como «enemigo» y animó a los más brutos a «movilizarse hasta lograr su cierre». Y a continuación el comercio fue vandalizado. Desconozco qué tipo de violencia emplearán en próximas ocasiones: si la sutil que han empleado hasta ahora impunemente o si pasarán directamente a las manos o a cosas peores, agresiones físicas incluidas. No exagero porque ya se han producido. Y yo, que además resido en Donosti, sé de lo que hablo y de hasta dónde pueden llegar los fanáticos.

Acció pel Català, cuyo nombre esconde su verdadera objetivo (desaparición del español e independencia de Cataluña), animó a sus lacayos a «visitar» el establecimiento. Ellos son muy finos pero podrían no serlo. Hoy en Cataluña las amenazas a los no nacionalistas salen gratis: en el hipotético caso de que la Justicia los condenara, se incumplen las sentencias; y, en todo caso, siempre les quedará el indulto y la amnistía, al menos mientras gobiernen Sánchez y su cuadrilla. Son unos cobardes, ciertamente, pero siempre es mejor recurrir a la ironía que al lenguaje crudo gracias al cual nos entendemos todos: así que diré que son puristas de la lengua aunque peores que Franco, que nunca se atrevió a tanto.

Lo de sentirse discriminado no es una ironía: hoy en España hay quienes piensan que no expresarte en la lengua que los nacionalistas consideran es una vulneración inadmisible de los derechos humanos

Guillem Roma, el concejal de ERC que ha salido a proteger a su novia de los que osan expresarse en el idioma que consideren, ha compatibilizado el insulto con las vías oficiales, como suele hacerse en los lugares que se deslizan hacia el totalitarismo. Y el preboste de la lengua catalana ha acudido, como mandan los cánones, al Departamento de Policía Lingüística de la Generalitat, nombre imaginario que, sin embargo, expresa mejor cuáles son sus funciones. Para qué vamos a andarnos con remilgos. Supongo que exigirá una indemnización millonaria por discriminación lingüística y poder seguir viviendo de la sopa boba, o sea, del cuento nacionalista. Lo de sentirse discriminado no es una ironía: hoy en España hay quienes piensan que no expresarte en la lengua que los nacionalistas consideran es una vulneración inadmisible de los derechos humanos. Y es que no entienden que los derechos son de los ciudadanos y no de las lenguas, y que ninguna lengua tiene el derecho a promover hablantes forzosos para revitalizarla, promocionarla o salvarla. Son liberticidas, por decirlo claro.

Y, en este caso, con un agravante: a la supuesta víctima de la heladería se le atendió en catalán, como mandan las leyes de imposición lingüística catalanas, sólo que la dependienta necesitó la traducción de una palabra, por lo que su jefe, argentino, se lo tradujo al español: pecado mortal para los talibanes de la lengua. Al fin y al cabo, la manipulación y la mentira forman parte del manual de instrucciones nacionalista.

Aviso a navegantes

Tras la llamada del chivato a la acción y a la venganza, los fanáticos más brutos decidieron llevar a cabo su particular ajuste de cuentas, el cual tiene siempre un doble objetivo: por un lado, amedrentar a la víctima; por otro lado, avisar a navegantes: «quien ose ser libre verá de lo que somos capaces los liberadores más osados de Cataluña».

«Fascistas de mierda», escribieron los fanáticos en la fachada de la heladería tras vandalizarla. Al menos dejaron su firma: la de los que pasaron de las palabras a los hechos y la del chivato que animó a la jauría a emplear la violencia.