Rubén Amón-El Confidencial
- El debate del este martes en el Senado se produce en posición de ventaja del presidente del Gobierno, cuya hiperactividad ansiosa enfatiza aún más el estado contemplativo del líder gallego, anestesiado, como está, en la euforia de los sondeos
Empezar un artículo citando a Kierkegaard implica el abuso de la petulancia y la fuga de lectores, pero tiene sentido mencionar al filósofo noruego cuando diferenciaba al hombre de acción del hombre contemplativo. Y no es que se refiriera premonitoriamente al antagonismo de Sánchez y Feijóo, pero una y otra categoría definen con precisión a los grandes protagonistas del debate senatorial. El presidente del Gobierno se recrea en la hiperactividad —no confundir con la fertilidad ni con los resultados— tanto como el líder gallego ejercita el principio de la pasividad marianista. Espera que Sánchez se consuma en sus propias contradicciones y catastrofismos. Y subestima por idénticas razones la capacidad de adaptación del patriarca socialista.
Sánchez es una criatura gaseosa. Lo demuestra la naturalidad con que ha liderado la emergencia energética. Nadie como él se había posicionado contra el anacronismo de las energías fósiles, pero la relación evanescente de Sánchez con los principios —empezando por el de Arquímedes— explica que se haya convertido en el mayor exégeta y patrocinador del gas. Es la razón por la que se ha apropiado de la rebaja del IVA que había propuesto Feijóo y que los ministros de Sánchez habían denigrado hasta que el jefe de filas invirtió el discurso con sus eficaces habilidades de trilero.
Semejante ejercicio de transformismo le resulta letal a Feijóo en la vigilia del 6-S. Porque Sánchez le ha birlado un argumento nuclear del debate, porque el cara a cara de este martes en el ring de la Cámara Baja puede resultar contraproducente a los intereses del nuevo líder popular. Pedro está en condiciones de abrumarlo con los indicadores económicos y con las iniciativas de emergencia adoptadas, consciente (Sánchez) de que los primeros forman parte de una mera hipótesis y de que aún no se conoce la verdadera eficacia de las segundas. Por eso le conviene al presidente del Gobierno el momento concreto en que se produce el gran duelo parlamentario. Y le resulta providencial la reputación internacional que ha adquirido en las últimas semanas a cuenta de la gestión energética.
Sánchez maneja la agenda y las estadísticas. Y ha dispuesto una estrategia de pluriempleo y ubicuidad que explica la insólita campaña de acercamiento ciudadano y que explora todos los límites del aparato de propaganda. La clave consiste en mistificar a conciencia la acción con el resultado. Proponer muchas cosas, recorrer muchos kilómetros, anunciar tantas medidas, no implica la consecución de las metas ni el cumplimiento de las promesas. Sánchez es Action Man. Y ha perfeccionado su condición de timonel providencial en las peores mareas, más todavía cuando el origen de las catástrofes —la pandemia, la guerra— trasciende su responsabilidad.
Sánchez ha perfeccionado su condición de timonel en las peores mareas, más cuando su origen trasciende su responsabilidad
La posición de fuerza sanchista enfatiza aún más la pachorra o la indolencia de Núñez Feijóo, cuyas principales razones de optimismo y de expectativa monclovense provienen de la inercia del ciclo electoral —Madrid, Castilla y León, Andalucía—, de la euforia de los sondeos, de su prestigio tecnócrata y del deterioro de la reputación de Sánchez, especialmente si las elecciones generales coinciden con una depauperación concluyente de la economía doméstica y si los españoles acuden a votar con el bolsillo.
Podría entenderse así la pasividad creativa que ha adoptado Núñez Feijóo. Se trata de esperar a que los hechos se manifiesten por sí solos. Era el principio taoísta que caracterizó la etapa contemplativa de Mariano Rajoy, pero la naturaleza gaseosa-letal de Pedro Sánchez exige al líder gallego una oposición mucho más contundente y constante de la que estamos viendo.
Ni siquiera puede presumir de haber apaciguado las inquietudes del partido. La indisciplina de Ayuso respecto a la posición del aborto demuestra la rima asonante del verso suelto e introduce una alarma en la paz de Génova 13. No ya porque la presidenta de la comunidad madrileña resulta ingobernable, sino porque el PP tiene que situarse en una posición delicadísima respecto a la ambición electoral. ¿Una derecha moderna que abjura claramente de Vox? ¿Un partido conservador de veleidades confesionales?
Ya se ocupará Sánchez de explotar este filón en el debate del martes. Y de tratar a Feijóo con superioridad y condescendencia, aunque la arrogancia y la vanidad del presidente del Gobierno pueden terminar desenmascarándolo. Moncloa se ha propuesto humanizarlo. Acercarlo a la gente. Y no me parece una buena idea. Nada hay más humano que el narcisismo y la impostura.