Tonia Etxarri, EL CORREO, 1/10/12
La bandera secesionista empieza a ponerse de moda como la pócima milagrosa contra la incertidumbre económica y las contradicciones ideológicas
Patxi López quería pasar «de puntillas» en esta campaña vasca sobre las referencias al mundo de EH Bildu por entender que hablar de los herederos de Batasuna es hacerles publicidad. «No hablemos de ellos», enfatizaba la pasada semana en un desayuno de trabajo en Madrid. Pero no pasó ni un día sin que el lehendakari tuviera que responder al propio Otegi, para replicarle que la izquierda abertzale no es la artífice de la paz. No parece recomendable ponerse orejeras para no ver lo que está ocurriendo. Y lo que está ocurriendo es que el movimiento independentista catalán, abanderado por el propio Artur Mas después de la celebración de la Diada, está ejerciendo de turbo cuya potencia de aspiración está logrando atraer a los nacionalistas vascos en tiempo electoral.
Urkullu tomó aire en un primer momento, mientras la candidata de EH Bildu se arrogaba la patente de la referencia independentista, pero viajó a Barcelona para hacerse la foto con el presidente de la Generalitat y lanzar un guiño a su electorado: el PNV hermanado con CiU , aunque al jeltzale le guste más Suiza que Puerto Rico como modelo de referencia. Soñar no cuesta nada. Pero los detalles ya los irá desvelando más adelante.
Su discurso, ayer, en la celebración del Alderdi Eguna, volvió a estar plagado de proclamas de medio recorrido. Si Euskadi es una nación, aspirará a tener Estado propio, ¿o no? No lo dijo. Si quiere establecer una relación de «igual a igual», ¿quiere decir una relación entre dos naciones diferenciadas? Si quiere que Euskadi forme parte de Europa sin pasar por España, ¿ha pensado pedir un referéndum como el que ahora está intentando promover Artur Mas en un recorrido que ha comenzado en el momento más inoportuno y que ni él mismo sabe como va acabar?
Urkullu, eso sí, alabó el estilo de su partido en el año 83 para subrayar la importancia del retirado Arzalluz. Lo citó como su referente, para que luego la gente no se confunda entre las formas suaves y los duros contenidos del nuevo presidente del PNV. Mientras, Artur Más se daba de bruces contra la realidad. ¿Qué le ocurrió en ese intervalo de 24 horas en el que empezó desafiando con la convocatoria de un referéndum «sí o sí» para terminar, más aplacado, diciendo a sus seguidores que «no pasa nada si tarda un año en celebrarse»?
Después de que algunos empresarios que regentan negocios de hondo enraizamiento en Cataluña con proyección nacional en toda España le sacaran tarjeta amarilla, el presidente de la Generalitat mencionó la necesidad de estar más respaldado para tirar adelante con la consulta que, por cierto, no la impediría el Gobierno sino la propia Constitución. Parecía como si la ley de claridad de los procesos de Canadá se le hubiera rebelado como las tablas de Moisés para levantar un poco el pie del acelerador. El ministro quebequés, Stephan Dion, fue el inspirador de los cuatro requisitos que ayudaron a que, en su país, los ciudadanos supieran exactamente qué estaban votando. Incluso en alguna visita que realizó al País Vasco de la mano de la Fundación para la Libertad entraba en el detalle. A saber: que la pregunta sea clara; que las minorías o territorios que no quieran independizarse puedan votar para permanecer dentro del Estado en cuestión; y que la votación no se repita cada dos por tres hasta que salga el resultado deseado.
Puede que el ruido sea tan estruendoso que esté poniendo sordina a la dura realidad y que, por esa razón, Artur Mas haya optado por empezar con las dudas y los matices. De momento. Porque el debate está ahí y quienes no están en la línea del secesionismo como bandera deberían tomar la iniciativa. A Rubalcaba le parece imprescindible abordarlo. Bien. Pero tendría que empezar por aclararse en su propia casa. La abstención de sus compañeros socialistas en el Parlamento catalán ante una votación tan decisiva como la petición de una convocatoria de consulta de autodeterminación ha indignado a muchos de sus compañeros del resto de España.
Definirse como «federal» puede valer como tarjeta de presentación, pero no sirve para profundizar en el debate provocado, precisamente, porque una parte de los ciudadanos que conviven juntos, como españoles, quieren separarse del Estado que «roba» y «oprime». A UPyD le cuesta sacar la cabeza a pesar de la celebración de su quinto aniversario. Tampoco es largo el recorrido del PP cuando responde que la independencia «sería una ruina», y que los que quieren recortar son los nacionalistas a la Constitución. Ya sabemos que la deuda se dispararía, que su prima de riesgo doblaría la española, que no es fácil volver a Europa después de haberse desenganchado. Que una comunidad como la catalana, con su maltrecha tesorería y la pésima gestión de sus gobernantes desde el tripartito, no está para iniciar aventuras por su cuenta.
Rajoy estuvo en Vitoria el sábado arropando a Antonio Basagoiti en su campaña electoral. Y hablaron de los riesgos de la fractura. Pero la gente necesita más datos. Más pedagogía. Las cuentas claras. Y los mensajes diáfanos. Y si un País Vasco independiente no podría afrontar el déficit de los 900 millones del pago de las pensiones, tendrán que dar detalles. Para activar la información, que hace más libres a los ciudadanos, tendrán que ir por las televisiones y los mítines con una calculadora en la mano.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 1/10/12