Editorial-El Correo

  • La tragedia de Valencia pone a prueba la capacidad de respuesta del Estado frente a la sensación de desamparo de los damnificados

Las horas transcurridas desde que las aguas de la dana alcanzaron su mayor cota han desembocado en una cifra aterradora de víctimas mortales, que continúa apuntando al alza por la estimación de personas desaparecidas. Junto a ello es inevitable que se extienda la sensación de que se demoran las labores de rescate de cuerpos, de atención a las personas aisladas y de librar calles y carreteras del barro y los vehículos atrapados en ellas. Sin duda, porque la catástrofe adquirió dimensiones inimaginables y ha sometido a una prueba de fuego la capacidad de respuesta que se presupone a un Estado desarrollado, cuestionada por las angustiadas voces de vecinos que se sienten abandonados a su suerte al carecer todavía de suministros básicos como agua y electricidad.

La concurrencia entre una población habituada a las riadas y difícil de alarmarse por avisos meteorológicos y la dilación en la transmisión de alertas imperativas podría explicar en parte lo sucedido. Pero el despliegue iniciado ayer de 500 militares, con la ministra Margarita Robles ofreciendo la totalidad del contingente nacional, demostraría además que España no está preparada para lo peor. Tampoco para canalizar ordenadamente el empeño de miles de voluntarios, conminados a regresar a sus casas al dificultar su presencia las labores de los servicios públicos.

La Generalitat valenciana y el Gobierno central están obligados a actuar con la máxima celeridad y coordinación, destinando los medios materiales y humanos precisos para salir cuanto antes de un marasmo apocalíptico. Ello resulta imprescindible para retomar la actividad económica y laboral. Además, es crucial para que los habitantes de las localidades más dañadas puedan completar su duelo. Para que individual y colectivamente se imaginen viviendo durante muchos años donde la dana les arrebató a sus seres queridos, les sometió al terror, les dejó a la intemperie y sin nada. Será proceloso levantar acta de tanta pérdida material, concitar el compromiso de las compañías aseguradoras, atender a necesidades inmediatas de verdad. También responder al consenso general en la Comunidad Valenciana de que lleva años infrafinanciada con aportaciones extraordinarias que cuenten con el aval solidario de todas las demás autonomías. Pero los recursos públicos deben dirigirse prioritariamente a escuchar a los afectados, a procurar su sanación, y a que las niñas y niños del sur de Valencia se sientan amparados donde viven.