Más allá de cuál sea el desenlace de la polémica votación de anoche, vaya por delante que considero un éxito, nada despreciable, el conseguido por la vicepresidenta segunda al aprobar en el Congreso una reforma que cuenta con el respaldo de sindicatos y empresarios, aunque lo haya conseguido con una algarabía de apoyos y oposiciones realmente sorprendente. Pero, dada la arraigada tradición cainita de este país, es un gran logro. A partir de ahí su postura tiene varios fallos. En su exposición de ayer, la señora Díaz no ahorró insultos, desprecios y descalificaciones de la legislación actual. Dijo que era nefasta y tan agresiva que arrebataba la dignidad a los trabajadores. En definitiva, un modelo fracasado. Pero, si todo eso es cierto, ¿cómo explica que, deshonrando sus reiteradas promesas de derogación, presente una reforma que retoca tan solo el 10% de la catástrofe anterior? Luego se mostró ‘adanista’ y atribuyó a su reforma la rebaja del paro. Vamos a ver, el 13% aludido se logró en diciembre, cuando la nueva ley no estaba en vigor y ni siquiera tenía garantizada su aprobación. Es cierto que en enero ha disminuido la temporalidad y eso es bueno, pero también lo es que ha aumentado el paro. Así que si la situación laboral ha mejorado, no lo es por méritos suyos, sino de los anteriores, a los que ahora denigra con tanta facilidad.
Dijo más cosas sorprendentes e injustas, como que en el primer año de la reforma del PP se destruyeron un millón de puestos de trabajo, olvidando la tendencia de destrucción que se arrastraba de la era Zapatero y el dato de que creó tres millones de puestos de trabajo una vez superada esa inercia. El éxtasis lo alcanzó al descubrir, como rasgo propio y original de identidad, que sus padres eran trabajadores.
¿Qué cree que eran los padres del resto de los españoles, acaso piensa que todos ellos fueron terratenientes ociosos o rentistas abúlicos? También dijo que la protección social (los ERTE que vienen de la reforma del PP) era la responsable de la reducción del paro. Pues no. La protección social ha garantizado rentas, lo cual ha contribuido a mantener actividad, pero por sí misma no ha proporcionado un solo empleo, al menos fuera de los que haya creado ella misma en los servicios públicos que dirige.
Yendo a lo sustancial, ¿qué podemos esperar de la reforma? Sin duda su éxito habrá que juzgarlo según evolucione la reducción de la temporalidad y su fracaso llegará si no consigue disminuir esos más de tres millones de personas que atiborran las listas del paro. El resto, el coste del despido, los descuelgues, la flexibilidad, etc., se mantienen igual. En buena hora.