Francesc de Carreras-El Confidencial
- El Foro Atlántico se ha convertido en un referente para el diálogo de un grupo heterogéneo y plural que trata de los problemas españoles y europeos desde una perspectiva mundial
La sensación general es que la España política se divide en dos bloques formados cada uno por partidos que nunca pueden llegar a acuerdos con los del otro bloque. Es el llamado ‘bibloquismo‘, un palabro de sonoridad desagradable, que impide la deliberación y los pactos en las cámaras parlamentarias, tiende a gobernar por decreto-ley y crea un ambiente de crispación y enfrentamiento que desprestigia la política y a los políticos.
En definitiva, se trata de un mal ejemplo que conduce progresivamente a una desafección de los ciudadanos para con la misma democracia y con nuestro sistema constitucional. Ayudan a este clima de hostilidad algunos medios de comunicación —ciertas tertulias en especial— y por supuesto las redes sociales. En cambio, no parecen estar en estas posiciones el común de la gente, ni los veteranos políticos que tuvieron algún protagonismo en la época de la Transición y en los primeros años de democracia, tampoco entre académicos y profesionales que reflexionan desde sus respectivas esferas de conocimiento y ni siquiera, como veremos, entre los dirigentes de los dos grandes partidos en ámbitos autonómicos o locales.
Todo ello se puso de manifiesto el fin de semana pasado en el Foro Atlántico reunido en isla gallega de La Toja. Este foro, dirigido por Josep Piqué, se ha convertido en un referente para el diálogo de un grupo heterogéneo y plural que trata de los problemas españoles y europeos desde una perspectiva mundial, global si se quiere, que le da una dimensión insólita. Allí se reúnen empresarios, académicos, periodistas y políticos, con un sesgo no marcadamente partidista y con un alto nivel técnico y profesional. Para darle un mayor realce, este año, así como en los anteriores, fue inaugurado por el Rey y clausurado, en un largo discurso de tres cuartos de hora, por el actual presidente del Gobierno.
Permítanme glosar algunos aspectos que me parecen relevantes de estos días de apacible y tranquilizador debate, que han incidido en lo que decíamos antes, en los acuerdos y desacuerdos necesarios para que la política española rectifique su rumbo, el Parlamento sea la sede de una discusión racional, las emociones fuertes se dejen a un lado y se llegue a los necesarios pactos entre sujetos políticos y otros actores sociales, como sindicatos y patronales, que permitan salir del atolladero en que nos encontramos.
Una señal de identidad que desde la primera reunión del foro da el tono dialogante a todas sesiones es la distendida y larga conversación entre Felipe González y Mariano Rajoy. ¿Están de acuerdo en todo? Obviamente no, todavía son protagonistas destacados, aunque ya en situación de retiro, de los dos grandes partidos españoles que representan opciones antagónicas en algunas cuestiones, pero desde una base común: el marco constitucional.
Ahí están ambos, relajados el uno frente al otro, tomando ordenadamente la palabra que la moderadora les concede, y sin mostrar ninguna señal de acritud sino de amistad. Quizá lo importante no está tanto en lo que dicen sino en el tono que emplean al decirlo: sosegado, tranquilo, razonado. Saben historia, teoría política, economía y derecho, no solo comunicación política. Tienen experiencia. Son un ejemplo para los pugnaces diputados actuales que en el Congreso no discuten, como sería lo natural, sino que en muchas ocasiones arrojan solo palabras y más palabras, no ideas ni argumentos, sobre el adversario político para satisfacer a los más sectarios y extremistas de sus seguidores. Muchas veces están más interesados en dar titulares a los medios que en explicar los motivos de sus posiciones.
Pero quizás en La Toja la sorpresa de este año —el encuentro de González y Rajoy ya es un clásico— fue la sesión entre presidentes de comunidades autónomas, dos del PSOE y dos del PP: García-Page, Ximo Puig, Nuñez Feijóo y Fernández Mañueco. En el tono y la distensión, fue una repetición del dúo clásico: cordialidad, amistad y buena forma de razonar. Con la diferencia de que se trata de políticos en activo con problemas muy similares y con soluciones no muy distantes.
Políticos, además, a los que interesa menos el discurso ideológico y la confrontación, solo pretenden reflexionar sobre los problemas prácticos que plantea el día a día, están apegados a la realidad, no se dirigen a la galería hablando de identidades y esencialismo, sino que expresan sus preocupación por solucionar los problemas de los ciudadanos en sus respectivas comunidades autónomas.
García-Page es un gran comunicador, escueto y claro en lo que afirma y plantea. Feijóo es un todoterreno de la política, domina todos los registros, va sobrado de pedagogía política y experiencia práctica. Ximo Puig manifestó estar asombrado por el pequeño escándalo que generó en la prensa su reunión con el presidente andaluz del PP: «Solo faltaría que dos presidentes autonómicos de partidos distintos no pudiéramos entrevistarnos», exclamó. Un ejemplo, todos ellos, de buen estilo político, de preocupación por la eficacia y no por la propaganda.
En las últimas semanas, Moreno Bonilla, presidente de Andalucía, y Juan Espadas, el actuar líder del PSOE en aquella comunidad, han acercado posiciones para llegar a un acuerdo en los presupuestos del año próximo. En España, ha sido muy difícil que pactaran los presupuestos los dos partidos que forman parte del Gobierno de coalición y ya veremos si al final logran el apoyo de sus socios parlamentarios. Los políticos autonómicos están dando un ejemplo a los políticos estatales.
A veces, la sensación es que muchos líderes políticos no acaban de entender lo que es un régimen parlamentario, la necesidad que requiere este sistema político de diálogo, transacción, gobierno de las mayorías, pero en ciertas materias de especial relieve contando también con el apoyo de las minorías. En definitiva, acuerdos y desacuerdos en el marco de una actitud constitucional de concordia.