Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El asunto Talgo acumula un abigarrado y variado tropel de intereses. Están los de la empresa, los de sus accionistas y los de sus empleados, que me da aquí no son del todo coincidentes. Los primeros, que tampoco serán un conjunto uniforme, pues hay muchos matices, desearán maximizar la rentabilidad de su inversión y los segundos, mantener y mejorar sus empleos. Están los intereses del Gobierno vasco, al que le preocupa el futuro de la empresa y que no querrá iniciar su andadura asistiendo a una deslocalización tan sonora. Está el Gobierno central, que ha vetado la entrada del posible socio húngaro y asumido, por tanto, la responsabilidad de ofrecer una alternativa viable que garantice su andadura. Están los posibles candidatos a tomar el testigo de la dirección de la empresa, para quienes las condiciones de compra y, en especial el precio, serán un factor esencial.
Talgo, como empresa, se encuentra en una situación muy especial. Contrariamente a lo habitual, cuando hablamos de empresas en conflicto, dispone de una cartera de pedidos espléndida y de un equipo director de enorme altura y capacidad. Su principal problema, el que impregna a todos los demás, consiste en que sus dueños, o al menos una buena parte de ellos, quieren dejar de ser dueños. Se quieren ir de su capital y esa firme decisión condiciona el sentido de su actuación. La empresa necesita aumentar su capacidad para atender a su gran demanda, algo que se puede lograr por varias vías: nuevas inversiones internas, compras de capacidad externa, apoyo en los proveedores, etc. Pero cualquier opción que se elija necesita que alguien la elija. ¿Y quién manda hoy en Talgo? Eso no es muy difícil de contestar: sus dueños, claro está. Pero, ¿cómo ordenan y priorizan sus dueños las varias opciones que tienen ante sí? Eso no está tan claro y puede que no sea tan uniforme.
Ahora, en este complejo panorama, aparece una figura que tiene las trazas de ser decisiva. En primer lugar, José Jainaga es un industrial de gran pedigrí y larga experiencia, lo que tranquiliza a las administraciones, siempre recelosas de cualquier intromisión de las finanzas en proyectos de tan marcado carácter industrial. Su intervención tendría un horizonte temporal dilatado, lo que aliviará a la dirección, que podrá trabajar con sosiego temporal. Talgo tiene una nube negra que amenaza su horizonte. Se trata de las multas planteadas por Renfe. Un arma que alguien puede amagar con utilizar para influir en los acontecimientos, entre otros, por la vía de su cotización en Bolsa.