EL MUNDO – 12/03/16 – EDITORIAL
· Las palabras dirigidas por Ada Colau a dos oficiales del Ejército en el Salón de la Enseñanza de Barcelona no son una anécdota ni merecen ser pasadas por alto. Digamos, en primer lugar, que suponen una elemental falta de educación hacia dos personas que la querían saludar y a las que ella respondió que no eran bienvenidas en el lugar por su condición de militares.
Ada Colau estuvo muy desafortunada, pero lo que no se ha resaltado de forma suficiente es que, unos días antes del incidente, el Ayuntamiento de Barcelona había aprobado una moción, propuesta por la CUP, en la que se instaba a la Consejería de Educación de la Generalitat a «hacer todas las gestiones pertinentes con la Feria de Barcelona para no permitir la representación de instituciones militares en el Salón de la Enseñanza ni en ningún otro espacio educativo o de ocio».
Fijénse los lectores que la propuesta dice literalmente «no permitir», con lo cual el Ayuntamiento de Barcelona se arroga el derecho a decidir quién puede o no acudir a un evento ferial, al igual que en el franquismo se colgaba un cartel en algunos locales que rezaba: «se reserva el derecho de admisión».
Tal actitud es, sin duda, un abuso que vulnera el principio de igualdad porque el Ejército, que imparte cursos y tiene una oferta educativa, tiene los mismos derechos que cualquier persona o institución a acudir a un certamen de carácter profesional. En una democracia no existen vetos de la naturaleza que quiere aplicar la alcaldesa de Barcelona, que no es nadie para decir a dos militares que se vayan de un lugar en el que ella carece de autoridad alguna. ¿O es que Colau es dueña de la Feria de Barcelona y decide sobre la admisión de los asistentes a los actos que organiza?
Pero lo más grave es que sus palabras reflejan la concepción de las Fuerzas Armadas como una institución antidemocrática, que merece ser apartada de la vida pública y repudiada moralmente. Ello responde al cliché del Ejército franquista, regido por generales que habían hecho la Guerra Civil y que rechazaban la transición a una democracia parlamentaria.
Ese Ejército golpista y retrógrado ha dejado de existir hace más de 30 años. Los militares profesionales demuestran cada día su lealtad a la Constitución y se juegan la vida en misiones internacionales para defender la paz, los derechos humanos y los intereses de España. No es una casualidad que las encuestas coloquen al Ejército como una de las instituciones mejor valoradas.
El colectivo militar ha sufrido en silencio recortes salariales y una reducción drástica de los presupuestos de Defensa, que se ha traducido en un deterioro de los medios materiales y en duros ajustes organizativos. Pero los profesionales, desde el jefe del Estado Mayor al último de los soldados, han seguido cumpliendo con su deber.
Puede que a Ada Colau, a la CUP y a algunos sectores minoritarios les gustara que el Ejército no existiese, pero la realidad es que vivimos en un mundo en el que necesitamos de unas Fuerzas Armadas que preserven nuestra seguridad en un entorno cada vez más peligroso.
El Ejército es una institución que forma parte de nuestro ordenamiento constitucional, está regulado por las leyes y tiene una misión específica. Le guste o no a Ada Colau, está obligada a respetarlo, al igual que el Ejército tiene que respetar al Ayuntamiento de Barcelona.
Lo que esta decisión municipal y las expresiones de la alcaldesa reflejan es no sólo un desprecio a esa institución, sino la voluntad de estigmatizar a un colectivo para dividir a la sociedad. Dicho con otras palabras, la utilización sectaria de los símbolos para clasificar a los ciudadanos en buenos y malos.
Es mucho más fácil dedicar tiempo y energía a sembrar la cizaña y envenenar la convivencia que esforzarse en resolver los graves problemas de Barcelona, una ciudad en la que el deterioro de los servicios públicos es cada vez más evidente.
Ada Colau ya ha demostrado cum laude que es una dirigente sectaria que sólo gobierna para una minoría. Y ya ha empezado a generalizarse la impresión de que se ha rodeado de un equipo de fieles incondicionales y de que el cargo le queda muy grande. Su talante ha quedado en evidencia en este incidente, que revela no ya tanto sus prejuicios como su pésima educación.
EL MUNDO – 12/03/16 – EDITORIAL