- JORGE BUSTOS-EL MUNDO
NOS hemos reído mucho del adanismo de los políticos que venían a tomar los cielos y hoy pisan el suelo estable del demoliberalismo y paladean el discreto encanto de la burguesía. Pero no hemos criticado lo suficiente el adanismo de los votantes, que compran su cháchara. Hay ejemplos de adanismo a izquierda y a derecha. Cuando Carmena llegó al Ayuntamiento, se diría que de súbito los gays dejaron de ser colgados de grúas en la Plaza Mayor para ser encaramados a las carrozas del Orgullo. Como si Gallardón no hubiera protagonizado aquella portada fucsia de Zero en agradecimiento a su decidido apoyo a la causa arcoíris. O como si Maroto, preso de una identidad que al parecer pertenece en régimen de monopolio al PSOE y a Podemos, no pudiera ser conservador o liberal antes que gay: odiosa homofobia la que reduce al gay a su impulso sexual y prescinde del albedrío de su cerebro. Irene Montero proclama llegada la hora solemne en que los padres españoles se corresponsabilicen de sus hijos, y habrá muchachas de tierno activismo morado que anden ya fijando semejante anacronismo en sus pancartas del 8 de marzo. En la otra acera, un número de votantes aún indeterminado –50 trols pueden salir de la misma IP– va propagando que nadie aquí defendía España hasta que Santi se subió a su caballo, y que sin Vox no habría juicio del 1-O. Pero Rivera ya recibió en 2007 una bala en un sobre a su nombre (muchos otros del PP y del PSOE la recibieron en la nuca) y fue el fiscal Maza el que se querelló por rebelión, aunque ahora nadie se acuerde de él porque las personas se mueren dos veces: cuando mueren y cuando se les olvida por interés electoral. El propio juez Serrano se arroga la introducción en España del discurso contra los chiringuitos políticos, cuando la regeneración y la lucha contra el clientelismo llevan al menos un lustro en el centro del debate público.
Los populismos son adanistas: necesitan proyectarse como criaturas originales para embaucar a votantes sedientos de novedad o ahítos de decepciones. El mejor aliado del adanismo es la amnesia ciudadana y la acidia periodística. El periodismo cobarde siempre ha existido: se le reconoce por achantarse ante los poderosos. Lo que ha cambiado no es la cobardía de los periodistas sino la ubicación de los poderosos, que antes se atalayaban en escaños y empresas y ahora organizan el crimen, la censura o la estupidez en las redes sociales. Por eso el periodismo valiente del siglo XXI será el que ataque no tanto a los políticos como a los ciudadanos que se comporten como jaurías empoderadas. Esos adanes convencidos de que caminan en la vanguardia de una revolución cuando solo son nietos jugando a lo mismo que sus abuelos.