EL CORREO 07/02/15
KEPA AULESTIA
· Todos los partidos, menos Podemos, se deslizan ya por la montaña rusa de 2015 con los ojos cerrados
Antes de conocer el ‘espaldarazo’ del CIS a Podemos, los partidos ya se habían dispuesto a asegurarse cuanto antes la fidelidad de los propios
La expansión que las encuestas detectan en el fenómeno Podemos está induciendo la contracción de todas las demás formaciones. Un año tan plagado de elecciones incrementa las incertidumbres partidarias. Los días resultan eternos, pero los tiempos tienden a acortarse. Los partidos están acostumbrados a afrontar los procesos electorales tomándose unas cuantas semanas para tratar de extender su mensaje en la opinión pública –la precampaña-, y a medida que se acercaba la cita con las urnas procuraban centrar sus esfuerzos en la movilización de sus incondicionales. Esta vez la aparición de Podemos ha adelantado todas las agendas. Antes de que las cúpulas de los distintos partidos conocieran los resultados del CIS de enero ya se habían dispuesto a asegurarse cuanto antes la fidelidad de los propios. A nadie se le ocurre malgastar energías a la búsqueda de algún voto en caladeros ajenos. De hecho ni siquiera se atreven a aventurarse a recuperar a esos electores que Podemos les viene arrebatando desde las europeas de mayo de 2015.
La política se ha vuelto, frente a Podemos, extraordinariamente conservadora y temerosa, mientras que la fuerza liderada por Pablo Iglesias maneja sus apariciones y sus silencios, sus manifestaciones públicas y sus secretos sin ningún tipo de complejo. Los partidos esperan que el fenómeno Podemos toque techo en algún momento y comience a desinflarse. La manifestación del 31 de enero en Madrid podría representar ese máximo, con Iglesias, Errejón y Monedero haciendo como que alguien les había invitado a subirse al estrado. Los partidos esperan recuperar terreno tras las autonómicas andaluzas del 22 de marzo. Que Luis Alegre declarase que no iban a por todas en Andalucía no fue un desliz. Es que la presumible candidata, Teresa Rodríguez, no es precisamente de las suyas. Y los partidos confían en que al tocar techo se desaten las diferencias internas en Podemos, que en cualquier otra formación hubiesen sido ya noticiadas como auténtica tragedia.
Mientras tanto los partidos esperan y tratan de cuidar a los votantes que les restan, confiando en que no se les vaya ninguno más. El PP se sabe primero y se congratula con que el PSOE las esté pasando tan mal que merece otra oportunidad. Sin embargo tarda en identificar quiénes son los suyos de verdad. Todos a la espera de que Mariano Rajoy designe a las candidatas y candidatos de autonómicas y municipales, cuando la aceptación del actual inquilino de La Moncloa cae a plomo. En cualquier otro país, el centro-derecha habría corrido a cambiar rápidamente de candidato para las próximas generales. Pero en España el PP evidencia hoy las debilidades de una formación sin alternativas. Porque, a fin de cuentas, Rajoy es más de los suyos que Sáez de Santamaría. Y todos los demás están tan tocados ya que mejor optar por el menos malo.
El PSOE de Pedro Sánchez se esfuerza en soslayar las señales de alarma en un clima de manifiesta desconfianza sobre las posibilidades de salir airosos de la montaña rusa electoral. Conjurarse en la unidad es la salvaguarda que les queda también a los socialistas escépticos. Simular un compromiso a prueba de Podemos para reactivar el proyecto socialdemócrata y la confianza en la novación reformadora del ‘régimen del 78’. Todo con temor a los sobresaltos de cada día. Sánchez parecía capaz de detener la caída de su partido inmediatamente después de que fuese elegido en primarias. Pero pudo ser una sensación momentánea y engañosa que las encuestas reflejaron por los pelos. Es la decepción posterior, al percatarse de que la buena imagen de su nuevo secretario general no garantiza la recuperación del partido, lo que sume al PSOE en la introspección, en la reivindicación de su pasado, en un intento por desperezar el orgullo de los de siempre. La única manera de venirse arriba es asegurar el voto de los propios. Sólo así pueden esperar los socialistas que del vaivén electoral de 2015 le regresen algunos electores que se ha llevado Podemos. Mientras tanto es mejor mantener seco el pozo de las ideas, porque cualquier desliz puede penalizarse cuando se titubea. Las imágenes de Rajoy y Sánchez firmando el pacto anti-yihadista en La Moncloa hubiesen sido exitosas para éste de darse al día siguiente de la manifestación de París.
Podemos ha acabado prácticamente con Izquierda Unida adelantándose a las primeras elecciones del año. La situación que se vive en su organización madrileña es muy peculiar, pero se traslada a todas partes. Opera una OPA hostil por parte de Podemos, reacio al entendimiento con la organización que Alberto Garzón heredará de Cayo Lara y proclive a la absorción orgánica, o mediante plataformas ‘ad hoc’, de aquellas personas que desesperen de IU para abrazar cuanto antes la nueva verdad. Izquierda Unida está tan a merced de Podemos –para ser más precisos, tan a merced del núcleo dirigente que rodea a Pablo Iglesias– que se enfrenta a una disyuntiva cegada de antemano, entre disolverse a su lado antes de los próximos comicios o hacerlo inmediatamente después.
El mapa vasco no se libra de este clima general en el que los partidos evitan riesgos porque Podemos y las candidaturas que auspicia generan ya suficiente incertidumbre. No hay más que reconocer en los mensajes que se cruzan los demás –PNV, EH-Bildu, PSE y PP– invectivas y reproches de siempre, aunque expresados en tono casi imperceptible. Como si nadie quisiera romper nada, ni lo que ya está resquebrajado. Se trata de contener la respiración hasta llegar al 24 de mayo –municipales y forales– sin más contratiempos. Y ello teniendo en cuenta que hasta las andaluzas de marzo se incluyen en el calendario vasco por las tendencias que pueden confirmar o matizar. Pero mientras se le conceda a Podemos la exclusiva de la novedad, los demás partidos se enfrentarán a un adversario silencioso que es la abstención. Y no hay cálculo que valga para predecir a quién puede beneficiar o perjudicar más la mareante mezcla de zozobra y hastío que ofrezca la montaña rusa electoral por la que todos los partidos, menos Podemos, se deslizan ya con los ojos cerrados.