Antonio Casado-El Confidencial
- Las barandillas de Sánchez: escudo social y amnesia narrativa sobre sus tratos con el independentismo
Entre la reconquista de la calle tras el encogimiento por covid y las insoportables cifras de la violencia machista, pasando por la cancelación televisiva de Paolo Vasile o la ruptura de Vargas Llosa con Isabel Preysler, ha llovido mucho. Dentro y fuera de España. Dentro, pista para Sánchez, el desenterrador de Franco. Y fuera, la guerra de Ucrania.
Desechamos los manuales para entender el revival imperial de la Rusia en modo Putin y abrazamos los informes sobre el impacto económico de la invasión de Ucrania. Con la mosca detrás de la oreja cuando escuchamos al experto: «Ninguna guerra acaba en tablas, y las que se cierran en falso vuelven a revivir» (Rafael Dávila, general de División).
Desechamos los manuales sobre el ‘revival’ imperial de la Rusia de Putin y nos quedamos en el impacto económico de la guerra de Ucrania
En el año de la inteligencia artificial (término canonizado por la Fundación del Español Urgente) y nuestro pinchazo en el Mundial de Qatar, el centro de gravedad de la política doméstica seguirá siendo el Palacio de la Moncloa, donde está el poder, que marca el paso porque juega con blancas.
En clave sanchista, el Consejo de Ministros del martes pasado y la posterior rueda de prensa del presidente fueron precursores del año recién nacido. Este primer borrador de 2023 ya vino marcado por las llamadas a las urnas territoriales de mayo y las generales de diciembre (en el último tramo de la presidencia española rotatoria de la UE).
Pedro Sánchez hará el camino hacia las urnas apoyándose en dos barandillas. De un lado, mucho escudo social a cuenta de una buena cosecha recaudatoria en ingresos públicos (gracias a la inflación, hasta 17.500 millones de euros más que en 2021). Del otro, una bien calculada dosis de amnesia narrativa para que los votantes olviden pronto la hospitalidad del BOE a las exigencias del independentismo (indultos, borrado de la sedición, rebajas penales por malversar dinero público).
Sobre las dos líneas de actuación, planea la sombra negra de un intangible: la falta de credibilidad.
El centro de gravedad de la política nacional seguirá siendo la Moncloa, donde está el poder, que marca el paso porque juega con blancas
Una de las medidas estrella (eliminación temporal del IVA en productos básicos) aplica en nombre de la izquierda lo que la izquierda había censurado cuando la propuesta fue de la derecha. No menos llamativa es la inesperada firmeza de Sánchez contra los objetivos del independentismo catalán, cinco minutos después de que el presidente de la Generalitat los hubiera reafirmado. Su cantable es muy preciso: el referéndum de autodeterminación «legal y pactado» será un fruto del diálogo con la Moncloa antes de que termine 2023. A la vista de los antecedentes, el inequívoco «no pasarán, digan lo que digan» de Sánchez no frena indeseables conjeturas sobre el futuro inmediato.
Los españoles tenemos muchos motivos para despedir sin pena el año político de 2022. Por la presencia de objetores del Estado en la ecuación de poder, el asalto de los partidos políticos a las instituciones y la insensata polarización que generó casos graves de bloqueo institucional. O episodios tan surrealistas como la estúpida bronca en torno a la Ley de Memoria Democrática (en el BOE desde el otoño), donde unos atribuían su redacción a ETA, mientras otros la veían como una norma blanqueadora del neofranquista régimen del 78.
Ante la eventual persistencia de esos peligros en el año entrante, no hay mejor terapia que la paz institucional reclamada por el Rey en su mensaje navideño. No parece que el recambio de Pablo Casado por Núñez Feijóo en el liderazgo del PP haya servido para cancelar la peligrosa deriva de la política nacional hacia el enfrentamiento y no hacia la concordia que inspiró la letra y el espíritu de nuestra Carta Magna.