VÍCTOR DE LA SERNA, EL MUNDO – 28/06/14
· Alfredo Pérez Rubalcaba, en primer plano del PSOE en momentos cruciales –ley educativa LOGSE, GAL, 11-M, negociación con ETA, ‘Faisán’– se marcha entre críticas e inesperados aplausos.
El editorial de ABC centraba bien la ambivalencia sobre el legado de Pérez Rubalcaba en el momento de su renuncia: «Cierra definitivamente la etapa de un PSOE fiel a las instituciones y los acuerdos que permitieron la Transición. La herencia de Pérez Rubalcaba como miembro del Gobierno de Rodríguez Zapatero ha sido un lastre difícil de soportar para la sociedad española. La que deja a España, con un PSOE a la deriva del populismo y la demagogia más extrema, puede resultar aún más dramática».
Y, en las mismas páginas, Álvaro Martínez: «No es sencillo desentrañar el sentido de la ovación casi unánime de un Congreso de los Diputados puesto en pie a Alfredo Pérez Rubalcaba (…). Aplaudieron los socialistas, los mismos que en Ferraz le han señalado la puerta donde pone ‘salida’ después de que con él al frente del partido hayan descubierto un suelo electoral desconocido. Y le aplaudieron los populares, quienes le han señalado a menudo como colaborador necesario y principalísimo del zapaterismo, un movimiento político al que los libros tendrán sin duda reservado el puesto que merece entre las gobernaciones más calamitosas y de efectos más nocivos sobre el bienestar de los habitantes del lugar (…). Quizá el aplauso de ayer fuese finalmente preventivo, una especie de ¡Dios nos ampare!, viendo el perfil, ideario y maneras de quienes se muestran dispuestos a tomar su testigo».
En El País la admiración por el político montañés rezumaba entre los granos del papel prensa. Así, Jorge A. Rodríguez nos revelaba: «Rubalcaba condujo el proceso hacia el final de ETA con una combinación de firmeza e inteligencia mientras aguantaba el chaparrón diario de las víctimas y del PP, que lo acusaban de connivencia con la banda, de muñir el chivatazo del bar Faisán, de haber aprovechado el 11-M para facilitar el regreso del PSOE al poder. Unas acusaciones que siempre le han causado hondo dolor».
Pero su editorial era un tanto más frío: «Abandona definitivamente la escena española tras una larga trayectoria de servicios públicos, coronada por la inteligencia política demostrada en la gestión del final del terrorismo de ETA y en los esfuerzos para evitar la ruptura de la política catalana con la del resto de España. Persona con más hechuras de hombre de Estado que de dirigente partidista, fue objeto ayer de una ovación prácticamente unánime de los presentes en el Congreso (…). Los elogios de última hora no pueden ocultar la realidad de que se había quedado sin espacio político».
Enric Hernández (perdón, Hernàndez) dictaminaba en El Periódico: «Podría Rubalcaba alegar en su descargo que ni el líder más carismático podía sobrellevar la losa que él heredó de Zapatero, con el paro desbocado, España a un paso de la quiebra y el PSOE devastado por unos recortes sociales que contravenían su programa electoral. Podría, pero no contaría toda la verdad. Pero Rubalcaba sumó a ese lastre –que acarrea la socialdemocracia europea en general– otro de índole personal: el liderazgo le llegó a destiempo, cuando su forma de entender la actividad pública ya había sido condenada por el electorado de izquierdas. Hoy los ciudadanos exigen claridad y transparencia, no componendas; ya no quieren que se les guíe, sino que se les escuche. Quien aspire a sucederle más vale que haya aprendido la lección».
Desde otra acera ideológica, Ely del Valle opinaba en La Razón: «A Rubalcaba no le han salido las cosas bien: jugando a ser Maquiavelo se convirtió en doctor Frankenstein, y ahora su monstruo le obliga a salir por la puerta de atrás. Dicen los ganaderos de reses bravas que cuando la manada empieza a intuir que el jefe está acabado, los toros jóvenes se turnan para cornearlo hasta morir. Hoy, el visir que quiso y no pudo ser califa en lugar del califa es la imagen de un César apuñalado por los suyos; se marcha derrotado, que no es la mejor manera de culminar una carrera en la que ha dejado sus mejores años, algunas simpatías, no pocos rencores y el reconocimiento de que, con su ausencia, el parlamentarismo perderá caché. Quedan muy pocos como él, temibles por astutos y capaces de brillar en la sombra. Rubalcaba pasa página y eso no es lo más triste; lo peor es que, viendo lo que hay, se le va a echar mucho de menos».
Por su parte, en EL MUNDO, Lucía Méndez resumía bien las variopintas reacciones: «Lo ha sido todo. Amigo y enemigo, querido y odiado, bueno y malo, felipista y zapaterista, ministro y portavoz, monárquico y republicano, de izquierda y de centro, profesional y aficionado, instalado y renovador, joven y viejo, laico y cardenal, víctima y verdugo».
VÍCTOR DE LA SERNA, EL MUNDO – 28/06/14