- Fernando Sánchez Dragó, Juan Carlos I, el Dalai Lama y Toni Soler; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Fernando Sánchez Dragó
De todos los dolores, el más insoportable es el dolor de ausencia. La forma más ingrata del abandono y la muerte como un espectáculo rutinario. Si no fuera porque solo morimos una vez, la podríamos dar la por bien empleada. Pienso en los muertos caídos durante la pandemia y el silencio me escuece por todas las esquinas del cuerpo. Estoy molida porque de noche sueño con hileras de ataúdes que van camino del cementerio. No soporto las pesadillas que nacen al borde de mis sueños y llevan el doloroso recuerdo de la gente que amé.
El lunes de esta semana murió Fernando Sánchez Dragó, que tenía 86 años y no los aparentaba. El óbito se produjo en Castilfrío de la Sierra, provincia de Soria, poco después de las nueve de la mañana, cuando se disponía a escribir. Una fotografía hecha minutos antes nos mostraba al escritor con las gafas en la punta de la nariz y el gato en la cabeza. Fue el principio del fin.
Recuerdo a Fernando risueño, jactancioso, guapetón y muy listo. Le gustaban las mujeres, en especial las japonesas. De sus cuatro esposas (o seudoesposas) tuvo cuatro hijos. El más pequeño, Aleka, ha cumplido 10 años y quiere ser escritor como su padre. No sé cuántos años ha cumplido su última novia, pero Fernando le sacaba 57. Además de las mujeres, le gustaban los animales, sobre todo gatos y toros. Antes del adiós estuvo jugueteando con su gato, al que colmaba de zalamerías. «¡Qué listos son!», «¡Siempre saben lo que está aquí adentro!», comentaba tocándose la cabeza.
Lo vimos hace poco tiempo en el Congreso de los Diputados formando parte de la comitiva de arropamiento a Ramón Tamames, cuando la moción de censura contra Sánchez en nombre de Vox. Fue su última comparecencia pública. La primera había sido 44 años atrás, cuando presentó en sociedad su obra maestra, Gargoris y Habidis (historia Mágica de España).
A media tarde del miércoles la familia del escritor se reunió en Castilfrío de la Sierra para asistir al entierro, que fue calmo y sereno, en la paz que siempre había soñado. Como tantas veces les recordó a los suyos, Sánchez Dragó deseaba ser enterrado en su pueblo de Soria, un lugar que al escritor le recordaba mucho al Tíbet.
Aunque me he propuesto no olvidar al compañero (a los dos nos echaron del periódico a la vez), hoy su recuerdo se me antoja intenso y necesario como el de Josep Piqué, cuya sigilosa marcha también nos deja abatidos.
Juan Carlos de Borbón
Vuelve el Emérito. No se sabe si es una amenaza o una necesidad, aunque suena a real gana. Cuando Juan Carlos enseña la patita en Abu Dabi, Zarzuela tiembla con la fuerza de un terremoto. Me temo que esta vez también va a ser así.
Recuerdo la marcha de don Juan Carlos, hace ya casi tres años, tras la renuncia al trono. El viaje de la deslocalización del personaje estigmatizado cuando su hijo y Pedro Sánchez decidieron alejarlo de España por su bien y por el bien de la Corona. Los paparazis dieron vueltas por toda Europa hasta que lograron fotografiarlo en un aeropuerto del golfo Pérsico bajando las escalerillas del avión con movimientos precarios. No se estampó porque el bastón en el que se apoyaba era milagroso, pero ya estaba entre amigos. Esos señores de túnicas blancas y pañuelos a cuadros espesos que sudaban tinta bajo las sayas. Con aquel recibimiento empezó una larga historia de amistad y billetes que todavía dura.
Por allí han pasado los mejores amigos del Borbón, que van a verlo un fin de semana sí y otro también. De tanto en tanto se especulaba con su retorno, pero el reciente exilio fiscal en Abu Dabi, en plan Ferrovial, ha frenado en seco los rumores. Menuda pesadilla. Esta semana Sanxenxo volverá a parecer el carnaval de Cádiz y las fallas de Valencia, todo junto, con Pedro Campos de anfitrión y el club náutico de fondo para las televisiones. Y, como la otra vez, el pueblo volverá a echarse a la calle y en las casas se organizarán mariscadas para obsequiar al Borbón. Supongo que en los jardines de Zarzuela se montará un telescopio de largo alcance apuntando al noroeste.
Pero no solo de travesías marítimas vive el monarca. Este año, además de las regatas, sumó un viaje a Grecia y otro a Londres con motivo del fallecimiento de Constantino de Grecia e Isabel II de Inglaterra, además de su almuerzo con Macron y Vargas Llosa en París. Y ahora se dispone a canjear su ausencia en la venidera coronación del rey de Inglaterra con un almuerzo privado el martes que viene con Carlos III en Londres. Al día siguiente, el miércoles, volará a Vigo para hacer una nueva entrada triunfal en la Galicia de Núñez Feijóo, que está feliz con la visita. Después de las regatas, regreso al Golfo y al calor del desierto. Qué no daría este hombre por echarse una siestecita a la sombra de una encina de los Montes del Pardo y luego darse un chapuzón en la piscina de la Zarzuela.
Tenzin Gyatsho (Dalai Lama)
Me sale al encuentro un párrafo sobre el pasado del Dalai Lama en el que se habla de un tipo machista, antiabortista y encubridor de abusos sexuales, entre otras barbaridades. Alguien quiere hacerlo parecer más bien siniestro, pero me resisto a creerlo de quien viene a ser como un Papa del budismo. Me he pasado media vida creyendo que el Dalai Lama era un mito de dulzura y bondad. El hecho de verlo envuelto en una túnica de color azafrán me transportaba a otro mundo pero, después de su viscosa escena del otro día, se me han caído todos los palos del sombrajo.
Hace años, en España hubo grupos de budistas que vivían en comunidades rurales y hasta creían en Dios. Uno de esos grupos estaba afincado en las Alpujarras y recibía frecuentes visitas de los viajeros que recorrían la zona. En uno de aquellos pueblecitos remotos vivía una familia con un hijo al que los budistas de la sierra atribuyeron un poder casi sobrenatural. El niño, de nombre Osel, estaba llamado a convertirse en el sucesor del Dalai Lama. Tal era el entusiasmo de los adictos al seudopapa que decidieron mandarlo al Tíbet para ahondar en su formación. El chaval pasó allí mucho tiempo, y creo recordar que acabó hasta el moño. De vuelta a las Alpujarras se hizo peluquero y les rapaba el pelo al resto de budistas que pululaban por la zona.
Cuando ya van quedando menos budistas (Richard Gere y un par de ellos más), el Dalai Lama atraviesa momentos dramáticos y turbadores, después de la vergonzosa secuencia televisada por cuenta del incipiente beso con lengua de niño que ha dado la vuelta al mundo. El Dalai Lama le pidió un beso inocente y el niño se lo dio. Sin entusiasmo, pero se lo dio. No contento con la sobriedad del chaval, lo acercó a su cara y le dijo que le chupara la lengua. Al niño no le quedó más remedio que chupársela. Y aquí pongo fin a la historia del monje al que se le fue la olla.
Toni Soler
Toni Soler es el director del programa humorístico de TV3 Está passant, como una Polònia de bolsillo, que es la marca que ha soportado muchos años con éxito de crítica y público y ahora corre el riesgo de ser víctima de su propia parodia. Cosas que pasan. Soler no es ni de lejos Andreu Buenafuente, Berto Romero, Leo Harlem o David Broncano. Puesto a buscarle un parecido yo se lo encuentro un poco a Chiquito de la Calzada, que en gloria esté, aunque tampoco hay que exagerar.
Toni Soler sí que es exagerado. Ha hecho gracietas con un recortable de la Virgen del Rocío que hizo llorar. A unos de risa y a otros de pena. En Andalucía todavía no le han perdonado. Espero que no le devuelvan el chiste con una Moreneta en bata de cola.
Hay que ser cenizo para convertir el humor en zafiedad. A Toni Soler y su panda ni siquiera se les ocurrió modelar a la Blanca Paloma en 3D. Corresponsable de la patochada fue Judit Martin, que quiso hacer una virgen y le salió un cómic. Esta chica tiene un largo historial de barbaridades, como sacar a la ministra Robles en pelota picada.
Espero que a los abruptos y descabalados chicos de TV3 no se les ocurran más majaderías. Y si lo hacen les ocurren, los mandaremos directos a la Fundación de Cristianos Refunfuñados. O a la excelente escritora hispano-marroquí, Najat El Hachmi, una musulmana descreída que reclama su derecho a ser ofendida igual que se ofende a los católicos en nombre de la libertad de expresión. «Y eso que material no falta», escribe, antes de dar la idea: el vuelo nocturno de Mahoma en su caballo alado hasta la atribución de la autoría del Corán al mismo Dios por boca de un ángel.