Pedro José Chacón, EL CORREO, 27/7/12
El concepto de identidad política en el que se basa la construcción del Estado español de las autonomías se ha convertido en un lujo excesivamente caro
Estamos en un momento ciertamente histórico, en el escenario europeo y sobre todo en el español, y es necesario que seamos conscientes de lo que tenemos encima de nuestras cabezas. La crisis económica por la que atravesamos está cambiando el panorama político español profundamente y ni siquiera acertamos a barruntar todavía lo que nos queda por ver. Esta evidencia no admite ni el más mínimo reproche de exageración y, como sin duda vamos a ir viendo hasta el otoño, nos tememos que se nos va a quedar corta. Y las víctimas que va dejando por el camino son de tal trascendencia que nos obligan, al hilo de los acontecimientos a los que asistimos, a modular nuestra visión de la historia y del futuro de España.
El concepto de identidad política en el que se basa la construcción del Estado español de las autonomías se ha convertido en un lujo excesivamente caro o, dicho de otro modo, empieza a resultar obsceno hablar de hechos diferenciales en un sentido más allá del cultural. Si España como país, como nación histórica, está sufriendo el vapuleo más grande desde la Guerra Civil, la convulsión más formidable que podíamos imaginar, que está trastocando nuestras más íntimas seguridades, que nos hace a todos estar en vilo por nuestro futuro individual y familiar más inmediato, que deja en manos de su Gobierno poco más del 20% de las riendas de su economía, ¿podemos pensar que sus realidades autonómicas, en torno a las que se construyó una faraónica maquinaria burocrática, van a salir reconocibles de este envite? Y si esto cabe afirmarlo para las nacionalidades históricas, ¿qué decir de autonomías donde su realidad histórico-política no se remonta más allá de la década de los ochenta del siglo pasado? Y de una derivada del conflicto identitario, como es entre nosotros el terrorismo: ¿en qué proporción preocupa ahora mismo su disolución total, respecto de lo que ocurría hace un par de meses?
Es sabido que el llamado espejo catalán funcionó desde los inicios de la época contemporánea como un tractor ideológico para el nacionalismo vasco. Y esto vale tanto para la versión moderada del mismo, como fue la visita de Cambó, que resultó clave para el despegue de un nacionalismo vasco autonomista en la época de entreguerras del siglo pasado, de la mano de Sota y los euskalerriacos, como para la versión radical en toda la Transición: los resultados de los referéndums y encuestas en favor de la independencia de Cataluña han servido para insuflar ánimos y cargar de argumentos a los independentistas de por acá.
España como nación, como Estado, incluyendo a sus gobernantes y centros de decisión y de influencia, así como a sus medios de información y de opinión, está en la obligación de situarse en el momento histórico que vivimos, con grandeza y altura de miras, y de asumir que lo que está ocurriendo va a cambiar drásticamente a la sociedad española en su conjunto. En primer lugar todos deberíamos aceptar que, con la petición de rescate de Cataluña al Gobierno de España, el independentismo catalán que conocíamos ya no tiene razón de ser. El hecho es de tal calado histórico que ante él cabe aducir todas las valoraciones técnicas que se quiera sobre la coyuntura que ha llevado al hecho irremediable; cabe recordar las políticas de ajuste draconiano de los dos últimos años del Gobierno de Mas y demostrar que desde Barcelona se han hecho los deberes; cabe sacar de nuevo a colación las continuas reclamaciones de un sistema fiscal propio para Cataluña: países hoy intervenidos tenían balanzas fiscales favorables y por eso no pudieron evitar caer en el abismo del rescate. Lo que no cabe ni cuestionar siquiera es el hecho puro y duro de que Cataluña ha tenido que reconocer, por boca de su consejero Mas-Colell, en un gesto dramático por su carga histórica y por el futuro político que se abre ahora para el Principado y para toda España, que «Cataluña no dispone de otro banco que el Gobierno español».
Del mismo modo, sabemos que la situación en el País Vasco, que es la que nos afecta más directamente, está protegida por un régimen de concierto económico más que centenario. Esta realidad política y económica debería ser defendida por todos los vascos como patrimonio histórico español. El problema es que, tanto en el resto de España como en el País Vasco, el régimen de concierto económico se relaciona indefectiblemente con el nacionalismo. Y hace falta mucha pedagogía política para convencer a fuerzas electorales y emisores de opinión de que la existencia de los conciertos económicos es producto histórico vasco-español previo al nacionalismo. Fue una consecuencia más de los conflictos civiles del siglo XIX y donde las élites vascas del liberalismo moderado, en sintonía con las élites liberales del resto de España, construyeron un sistema en el que ambas se sintieran cómodas, y con ello sus respectivas clientelas, en un régimen donde no existían todavía partidos políticos de masas y donde la opinión pública funcionaba en unos parámetros distintos de los actuales.
Nuestra realidad política y económica vasca, por tanto, solo se entiende desde esa posición fiscal concertada respecto del resto de la española. Estamos en mejores condiciones que los demás para afrontar la crisis. Esto tenemos que reconocerlo así sin ambages. Y desde el resto de España se nos ha garantizado así desde el principio. Y no hay otra salida para el País Vasco que esa situación económica y política dentro de España. Y tras lo que ahora le ocurre a Cataluña la consecuencia es clara: más cohesión, más solidaridad interna entre los españoles, sean de la cultura o de la identidad política que sean. España solo puede afrontar este desafío trascendental para su historia y para su futuro lo más unida posible. Si no entendemos esto así, ya sabemos cuál va a ser nuestro final.
Pedro José Chacón, EL CORREO, 27/7/12