EL MUNDO 18/06/14
· Don Juan Carlos sanciona hoy su última ley, la de su abdicación, para poner fin a un reinado de 39 años, el mejor periodo de la Historia de España
Esta tarde se pone fin a un reinado de 39 años. En el Salón de Columnas del Palacio Real el Rey Juan Carlos I sancionará con su firma la ley, brevísima, que da cuenta de que abdica la Corona de España. Será un acto austero pero de la máxima solemnidad porque con él se cierra el periodo más brillante de la Historia contemporánea de España. Bajo el reinado de Don Juan Carlos, España ha dado el salto gigantesco que muy pocos consideraban posible cuando asumió, por decisión de Franco, la Jefatura del Estado. Él ha liderado a los españoles en su esfuerzo para hacer de nuestro país una democracia homologable a las de nuestro entorno, y les ha acompañado en el camino, a veces difícil y en muchas ocasiones doloroso, que han recorrido juntos en estos casi 40 años. Don Juan Carlos se retira con el respeto, el afecto y el agradecimiento de sus compatriotas.
Desde aquel mismo día 22 de noviembre de 1975, en que fue proclamado Rey ante las Cortes franquistas, Don Juan Carlos, que tenía entonces 37 años, se esforzó en anunciar a los españoles que él se disponía a serlo «de todos a un tiempo y de cada uno, en su historia, en su cultura y en su tradición». Y desde el mismo momento en que juró su cargo se aplicó a hacer realidad lo que había anunciado aquel día ante las Cortes: «Hoy empieza una nueva etapa en la Historia de España», una etapa que se basará en «un efectivo consenso de concordia nacional».
Revisada con los ojos de hoy, aquella intervención del joven Rey ante los procuradores de Franco cobra un especial valor, porque ahí estaba la esencia de lo que ya era su firme proyecto: el de conducir a España por el camino que desembocara en el respeto efectivo a las libertades políticas de los españoles y el de devolver los poderes al pueblo. En definitiva, el proyecto de hacer de nuestro país una democracia respetada, y admirada, en el mundo entero.
Los primeros años de su reinado, y puesto que había heredado de Franco todos los poderes, el Rey pudo ir conduciendo, en cierto modo también liderando, y siempre amparando a los sucesivos gobiernos que habían de llevar al país hacia la libertad. Y hacia una Constitución que hizo efectiva la determinación del Rey de encarnar una Monarquía moderna, liberal, parlamentaria, en la que el Rey lo fuera por igual de los vencedores y de los vencidos en la Guerra Civil, cuyas heridas no había podido cerrarse aún. Todo lo cual se plasmó en una Constitución que determinó que la soberanía reside en el pueblo español, del cual emanan todos los poderes. Así fue cómo Don Juan Carlos pasó a ser, de acuerdo con la Constitución, la clave de bóveda del Estado, pero con unas funciones de moderación y arbitraje, que son las que la Carta Magna le encomienda.
Como Rey constitucional, Don Juan Carlos tuvo, sin embargo, que enfrentarse a un intento de golpe de Estado, que fue capaz de detener con la autoridad que la daba ser el jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Y se dirigió al país: «La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum».
Leopoldo Calvo-Sotelo, el presidente en cuya sesión de investidura se había producido el intento de golpe, escribiría más tarde: «El Rey se ganó el trono esa noche. Y se lo ganó como se lo ganaban sus antepasados en la Edad Media […] Él tuvo conciencia de que, a la legitimidad de origen, había añadido la legitimidad de ejercicio». De entonces en adelante, todo intento de golpe, que los hubo, y muy graves, aunque ninguno llegara a término, no pudo escudarse en el Rey como intentaron hacer los golpistas del 23-F. «Cualquier intento de golpe es contra el Rey». Por eso, todos los proyectos que se incuban en los años siguientes para subvertir el orden constitucional incluyen como primera medida la toma de La Zarzuela y la «neutralización del Rey».
Pasados esos primeros tiempos de construcción de un proyecto y de zozobra y amenazas a la joven democracia española, el país entró en la senda de la normalidad.
Durante todos estos años, el Rey ha sancionado el nombramiento de presidentes de Gobierno pertenecientes a partidos políticos con ideologías muy diferentes. Y en todo momento ha puesto su persona al servicio de España del modo en que los jefes de esos gobiernos han determinado.
Ha sido un leal y eficacísimo colaborador del país en sus necesidades, en sus problemas y en sus tragedias. Ha estado siempre donde se esperaba y ha cumplido con excelencia su papel de moderación y arbitraje. Ha resuelto incomprensiones y solventado enfrentamientos. Ha llevado el nombre de España a todos los rincones del mundo, donde ha conservado un inmenso prestigio, labrado por sus actuaciones. El Rey es la mejor Marca España que pudiéramos exhibir.
Ésta es la opinión expresada unánime y públicamente por todos los presidente de Gobierno que ha tenido nuestra democracia.
Con él en la Jefatura del Estado, España ha alcanzado la madurez de un país moderno y desarrollado. Es mucha y muy ancha la tarea que, a lo largo de estos años, Don Juan Carlos de Borbón deja hecha. La Historia se encargará ahora de hacer el balance de su reinado.
Esta tarde no habrá discursos. Tan sólo la lectura de la ley por parte del Gobierno, la firma del Rey sancionando su abdicación en el que será su último acto como Monarca, y quizá algún gesto no previsto hacia su hijo Felipe, que a las 12.00 de la noche pasará a ser ya el nuevo Rey de España.
Por su decisión personal e intransferible, sin alharacas, se va el Rey. Pero seguirá siendo para siempre el mejor Rey que nunca han tenido los españoles a lo largo de su Historia. Ese reconocimiento se lo ha ganado.