EL CORREO 27/05/14
FLORENCIO DOMÍNGUEZ
Los dos grandes partidos que han ocupado la centralidad del arco político español, el PP y el PSOE, pasaron el domingo de representar al 80% del electorado a obtener menos del 50% de los votos. Con esos datos es evidente que el bipartidismo ha quedado herido, aunque es muy pronto para asegurar que haya muerto.
Es normal que el PP, como partido de un Gobierno que en los últimos dos años ha tenido que adoptar duras e impopulares decisiones económicas para hacer frente a la crisis, tenga un desgaste en las urnas. Lo raro sería que no lo tuviera. Lo que no es tan normal es que se desgaste más que el Gobierno el principal partido de la oposición, que es la alternativa natural al PP y que ha estado en contra de las políticas económicas que han provocado la contestación en la calle. Lo lógico hubiera sido que los socialistas capitalizaran el voto de los insatisfechos y los perjudicados por la crisis.
El PSOE, sin embargo, no ha sido capaz de canalizar el malestar social de aquellos que protestaban contra el Gobierno y sus políticas económicas, ni convertirse en su portavoz y representante natural. Tal vez porque esos sectores siguen viendo a los socialistas como corresponsables de la situación actual, como los que adoptaron las primeras medidas impopulares que luego continuó el PP. Esos ciu-
Nadie se atreve aún a avanzar quién dará la batalla para dirigir el partido. Pero hay un hecho incontestable: la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, tiene la sartén por el mango. Su federación representa al 25% de la militancia socialista y, no sólo eso, ya blande como una gran victoria la ventaja de 9,2 puntos que ha sacado al PP en estos comicios, después de tres derrotas seguidas. En realidad, el dato se explica por el descalabro de los populares porque el PSOE andaluz ha perdido también trece pundadanos mostraron el domingo más confianza en un partido experimental de naturaleza incierta como Podemos que en la izquierda tradicional, provocando el descalabro electoral del PSOE.
El secretario general de los socialistas, Alfredo Pérez Rubalcaba, en un gesto que le honra, asumió ayer la responsabilidad de los resultados y convocó un congreso extraordinario para elegir una nueva dirección del PSOE, diciendo adiós a su continuidad en primera línea de la política. Con la marcha de Rubalcaba se va un dirigente con sentido de Estado, al que no le ha acompañado la suerte en las urnas. Le tocó hacerse cargo, tras la renuncia de Zapatero, de un partido en crisis; primero, como candidato en las generales de 2011 y, luego, como secretario general. El PSOE que recibió tenía plomo en las alas y no ha sido capaz de conseguir que remontara el vuelo.
Rubalcaba representaba la socialdemocracia tradicional, en la línea de Felipe González, lejos de la querencia del zapaterismo por la postmodernidad, la apariencia y por la política basada en impactos mediáticos logrados a golpe de imágenes y ocurrencias. Pero parece que esa forma de hacer política no se lleva en estos tiempos, en los que, de la noche a la mañana, contando con un púlpito televisivo, se puede crear un partido político y triunfar.