ABC-LUIS VENTOSO

Y al final resultó que sí había un problema en las fronteras

UNA vez cumplida su obsesión egotista de pernoctar en La Moncloa a cualquier precio, el presidente no votado Sánchez se dio cuenta de que al final iba a seguir pandando con la sombra del viejo Mariano, pues el corsé de la UE no permite perpetrar grandes chifladuras contables. En lo esencial, que son las lentejas, Sánchez ha tenido que apechugar con los presupuestos de Rajoy e incluso con su reforma laboral y su techo de gasto. También ha aparcado su impuestazo –al menos por ahora–, una vez recibida la colleja de cordura que le han aplicado los clásicos del Ibex. La vaca no da más leche, por mucho que apretujemos sus ubres. No se puede hacer mucha más política social en un país que en realidad disfruta de un Estado del bienestar muy por encima de sus posibilidades (como acreditan una deuda pública del 99% del PIB, unas pensiones que ya se pagan a crédito y una sanidad tan estupenda… como insostenible sin reformas). Al percatarse de que con 84 diputados y una pandilla de hooligans antiespañoles como socios es imposible gobernar, Sánchez concluyó que su única salida era convertir la Moncloa en un reality show y el consejo de ministros en una teletienda. Si no puedo hacer leyes, haré gestos, fotos de instagramer púber y gloriosos guiños de progresismo marketiniano.

Los dos primeros spots publicitarios consistieron en desenterrar a Franco, que se le está resistiendo, y en dar una lección de bonhomía a los malvados italianos, que venían quejándose de que sus puertos estaban saturados por un éxodo inasumible de inmigrantes, con sus servicios sociales y arcas públicas melladas por el esfuerzo. Cualquier político español que aspire a estadista sabe que el brazo de mar de 14,4 kilómetros que separa España y Marruecos es una de las fronteras más desiguales del planeta, pues al Norte se levanta un maravilloso país del primer mundo y al Sur, uno en vías de desarrollo (y tras él, una África postrada). Por eso lo primero que hacen todos los presidentes españoles es visitar al Rey de Marruecos, para granjearse su ayuda en el control de las pateras, y pagar bajo cuerda a los países emisores. Pero Sánchez es muchísimo más chachi que todo eso. Así que su primera visita fue al Eliseo –porque una foto con Macron mola para subirla a Twitter–, y su primera decisión consistió en proclamar que a diferencia de los pérfidos italianos él admitiría a los barcos que vagan por el Mediterráneo con la pobre gente con la que trafican las mafias. Además, les regalaría papeles a todos. Y retiraría las concertinas. Y liquidaría la política Darth Vader del desalmado Mariano y horrores tan antiprogresistas como las «devoluciones en caliente». Resultado de tan brillante gestión: récord de pateras, servicios sociales saturados, inmigrantes durmiendo en el suelo de los muelles, descontrol absoluto en el flujo, niños abandonados a su suerte, salto récord en la valla de Ceuta, policías agredidos… Ahora Sánchez comienza a recular y asume la inmigración como lo que es: un inmenso problema de Estado. La política adolescente de flores, pajaritos y pachuli se ha pegado un castañazo contra el mundo real. Y habrá más.