La muerte de Silvio Berlusconi es algo más que la desaparición de un político, un empresario o un magnate de la comunicación. Con il Cavaliere se van muchas cosas que han convivido con nosotros. La televisión populista, de brochazo grueso, mama chichos descomunales, Cacao Meravillao, platós descomunales, VIPS noche, todo también muere un poquito con su ideólogo. Recuerden aquel primitivo Tele Cinco con programas como “¡Ay que calor!” – Colpo Grosso en Italia – que no eran adaptaciones al gusto de aquí realizadas por Valerio Lazarov y su equipo.
Hay un antes y un después de Berlusconi, nuestro Trump particular, un hombre de negocios con el mismo estilo chillón y canalla que un presentador del imperio que dirigió con mano de hierro. También fue algo más que un magnate mediático al estilo de Rupert Murdoch o Donald Trump. Fundador del partido Forza Italia logró llegar a la presidencia del consejo de ministros italiano en tres ocasiones e introducir un populismo basado en los medios para ganar votos. De carácter jovial – lo conocí personalmente y doy fe de su arrolladora simpatía – logró afianzarse en el poder en un país que asistía a diario al desguace del statu quo político conocido desde el final de la II Guerra Mundial. La corrupción había llegado a tales niveles que la operación Mani Pulite arrolló tanto a la vieja Democracia Cristiana de aquel viejo zorro llamado Giulio Andreotti – el blanco preferido de los imitadores en el feroz programa televisivo de sátira política Creme Caramel – como al partido socialista italiano, con un Bettino Craxi, que tuvo que fugarse a Túnez por estar implicado en la trama de corrupción Tangentópolis. Los partidos caían en el descrédito y Berlusconi supo aprovecharse de ello con fortuna, ganándose las simpatías de unos electores extremadamente fatigados de lo de siempre.
No sería justo omitir que se le relacionó con la Logia P-2, Propaganda Due. En 1981 se encontró un listado con 962 nombres que, supuestamente, pertenecían a esa logia en la que estaban implicados servicios secretos, militares de alta graduación, mafiosos o empresarios. Que no era baladí lo demuestra que entre ellos se contaban treinta generales, treinta y ocho diputados, cuatro ministros en activo, tres anteriores primeros ministros, ochenta y tres empresarios de máximo nivel, diecinueve jueces o cincuenta y ocho profesores universitarios amén de periodistas, directores de medios, etc. Que la logia de Licio Gelli, relacionada con el escándalo del Banco Ambrosiano o el presunto suicidio del banquero Calvi, ahorcado en el puente de los Monjes Negros londinense, entre muchas otras cosas turbias, tuviera relación con la subida a los cielos del prócer italiano es algo que sólo saben el que se acaba de ir y el juez supremo ante el que deberá declarar.
No deja legado intelectual ni político alguno.
Era un político fast-food de usar y tirar, hijo del momento que le tocó vivir. Berlusconi, que tanta admiración despertaba en los bobos con sus fiestas bunga-bunga – eso es por lo que se le recordará -, sus despampanantes vedettes y todo ese aparato de lentejuelas, focos y confeti, no fue más que una pura burbuja de jabón. Fue, eso es innegable, un hombre de negocios listo, calculador y atildado que sonreía y daba la mano como nadie. Eso me inclina a opinar que, con su fallecimiento, Italia no pierde a un hombre de estado sino a alguien que supo aprovecharse de ese mismo estado para satisfacer sus intereses. Lo que se dice un adolecido, en palabras de esa gramática sensacional que es Mari Yoli.
Riposa in pace, Cavaliere. Sic Transit Gloria Mundi.