Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
- Mientras unos y otros resucitan a los fantasmas de guardia, España no sabe dónde va, tal y como se preguntó nuestra gran tercerista liberal
El Gobierno de Sánchez e Iglesias ha decidido que la estación de Chamartín lleve el nombre y apellido de quien el socialista Indalecio Prieto señaló como la autora intelectual de “una puñalada trapera a la República”. Ocurrió el 1 de octubre de 1931. El Congreso acababa de aprobar el derecho a voto para la mujer, una iniciativa de Clara Campoamor, diputada del partido Radical liderado por Alejandro Lerroux. Hasta entonces, el sufragio era cosa de hombres- solo los mayores de 23 años- y los socialistas -con especial vehemencia y empeño e incluso buena parte de sus compañeros radicales- se oponían porque los votos de las mujeres eran para ‘las derechas’, que se decía en aquel tiempo, expresión rescatada con intención el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la actualidad. Campoamor fue elegida diputada en unas primeras elecciones generales- mayo de 1931, tras el advenimiento de la Segunda República- en las que podía presentarse como candidata, sin derecho a voto por ser mujer. Dos años más tarde sí pudo acudir a las urnas, aunque no obtuvo el escaño.
Clara Campoamor escribió, recién exiliada en 1936, un libro titulado: La revolución española vista por una republicana. (Ediciones Espuela de Plata, 2013). Según Andrés Trapiello, “un vertiginoso episodio nacional” (Las armas y las letras, Planeta 2010,2019). A Campoamor, una política liberal, no le perdonaron ni los unos ni los otros. Como describe Luis Español Bouché, en la introducción al libro de Campoamor, ni ‘la izquierdona’, ni ‘la derechona’. Campoamor es testigo directo. Ya en noviembre de 1936, con amargura y distancia, se pregunta en el último capítulo ‘¿Adónde va España?’, mientras el país se desangra en una matanza liderada desde los primeros lances por los más fanáticos: o una ‘dictadura del proletariado’ porque “los republicanos ya no cuentan en el grupo gubernamental” o una ‘dictadura militar’, añade: “muy difícil salir de ella”.
Al servicio del partido socialista
Sin duda es un acierto que el actual Gobierno tribute este homenaje a la Tercera España, aunque sea para que el viajero que llega a Chamartín se pregunte quién era esa señora cuyo nombre anuncian, como fin de trayecto, por la megafonía del tren. No sabemos si el Gobierno asume el pensamiento o el relato de Campoamor -no parece que compartan su ecuánime tercerismo- pero sí que anuncian que así van “haciendo pedagogía” de la llamada Ley de Memoria Democrática con su enmienda a la totalidad de la Transición y la reconciliación. Antes de sentar cátedra, desde la presunta superioridad moral, hay que afinar la comprensión lectora. Clara Campoamor, impulsora de la ley del divorcio, estuvo a punto de ser asesinada por unos falangistas, camino del exilio, durante la travesía rumbo a Génova -pensaron tirarla al mar- donde tras un chivatazo de esos mismos fanáticos fue detenida, durante unas horas, por las autoridades fascistas italianas, antes de cruzar a Suiza y a Francia. Desde su lejanía ideológica, con los unos y los otros, escribe: “Los responsables republicanos han puesto todos sus triunfos al servicio de los intereses específicos del partido socialista, un partido socialista que, además, ha abandonado su clásico carácter evolucionista para volverse revolucionario”.
Sánchez no quiere una alternativa de Gobierno, prefiere a Vox que le permite coger el retórico papel de cancerbero de la democracia frente a la ultraderecha nostálgica
Sánchez e Iglesias no paran echar leña a la caldera para seguir avanzando y que la máquina no pierda fuerza en su empeño. Cuando escuchan que el PP es un dique les entra la risa del desprecio. Se trata de mantener el poder con un ritmo alto y por supuesto evitar que haya alternativa y que esas ‘derechas’ a las que se refiere Sánchez se enreden en las telas de araña que va tejiendo. Vox ha aceptado el reto porque sabe que es la única vía que tiene para ocupar más espacio y desplazar al Partido Popular. Sánchez no quiere una alternativa de Gobierno, prefiere a Vox que le permite coger el retórico papel de cancerbero de la democracia frente a la ultraderecha nostálgica.
La moción de Vox llega demasiado pronto, pero tanto el binomio Sánchez-Iglesias como el partido de Abascal necesitan que Casado caiga. Mientras unos y otros resucitan a los fantasmas de guardia, España no sabe dónde va, tal y como se preguntó nuestra tercerista liberal -de todos es su legado- a la que se va a reconocer su contribución a la modernización de España nombrándola estación de tren. No hay un plan para sacarnos de la crisis sanitaria sino una guerra de reproches en un sálvese quien pueda.
Madrid es escenario de una batalla sin cuartel porque Sánchez necesita tomar el control del centro político y económico del corazón del país. Lo mejor de la ciencia y la investigación españolas se lamenta en las principales revistas especializadas del mundo por el desastre mientras piden una investigación a fondo de un sistema partido en 17 que se ha hecho vetusto por ineficaz. No se salva ningún color parlamentario en esta crisis. Faltan médicos en la atención primaria y una red de rastreo capaz de interrumpir la transmisión del virus. El confinamiento fue excesivo y la desescalada demasiado frugal. Ni se había vencido al virus ni era posible salvar el turismo. España va camino de una situación económica que requiere de alturas de miras y políticas audaces en coordinación de quien tiene el dinero, la Unión Europea. Se gobierna con órdenes ministeriales y se imponen los criterios de unos expertos desconocidos. Se ataca al Rey y no solo, se convierte en un hábito pertinaz. ¿Adónde va España?