Lourdes Pérez, EL CORREO, 4/7/11
El Gobierno de Zapatero ha interiorizado que el final definitivo de ETA será lento, mientras el lehendakari se apresta a asumir ese liderazgo
La concesión a San Sebastián de la Capitalidad Cultural Europea se coló de rondón el viernes en el Consejo de Ministros. Se coló, más bien, la polémica suscitada por la conveniencia de la distinción, alimentada por Rosa Aguilar, exalcaldesa de Córdoba y miembro de un gabinete que está obligado a guardar milimétrica neutralidad en el proceso internacional de evaluación y en el que se sientan, sin contar a Leire Pajín, tres ministros de arraigo donostiarra: Ramón Jáuregui, Cristina Garmendia y Ángel Gabilondo. Las discrepancias no habrían pasado de «un amable intercambio de puntos de vista», que se zanjó sin más y con la declaración posterior del vicepresidente Rubalcaba ratificando las bondades de la elección de San Sebastián. Pero junto a la evidencia de que uno de los activos de San Sebastián ha sido la voluntad de superar su imagen de ‘ciudad-mártir’ por la violencia, en el ánimo del Gobierno también había cundido la convicción de que habría sido una «discriminación intolerable» excluir a la capital Gipuzkoa por las suspicacias que suscite el acceso de Bildu al poder institucional.
La controversia suscitada por la designación de San Sebastián, que coincidió con un debate sobre el estado de la nación en el que ETA fue tratada con la misma indiferencia que una rémora del pasado, constituye un buen ejemplo de la confusión política reinante tras las elecciones de mayo. Por de pronto, la polémica no le ha venido mal a Bildu para solventar sus propias contradicciones: cuantas más críticas y en peores términos reciba el proyecto donostiarra, más sencillo será que todos aquellos militantes y votantes de la coalición que lo contemplaban con desapego antes del 22-M y de que Juan Karlos Izagirre asumiera la Alcaldía lo acepten ahora como algo propio. Algo propio que no solo conviene reivindicar, sino que supone un inesperado caramelo para que Bildu demuestre que, efectivamente, puede gestionar y hacerlo de manera concertada con instituciones de otro color político y teniendo en cuenta sensibilidades que no coinciden con las suyas. Pero el gobierno de los independientes abertzales, EA y Alternatiba también interpela a la capacidad de los demás partidos para readaptarse a un escenario en el que Bildu tomará las riendas de iniciativas que repercuten en el conjunto de Euskadi -léase la capitalidad donostiarra- y sobre el que planean dos interrogantes entrelazados: cuánto durará la legislatura en España y cómo evolucionará el camino hacia el final de la violencia en un contexto político tan inestable y desvertebrado.
La sombra de un adelanto de las generales a otoño no se ha difuminado tras el debate sobre el estado de la nación. Pero al margen de la respiración asistida que le proporciona el apoyo del PNV -más inquebrantable de lo que seguramente a los jeltzales les gusta que parezca-, José Luis Rodríguez Zapatero parece dispuesto a jugar hasta el final la baza que le está prestando el PP de Rajoy. Porque la martilleante insistencia de los populares en situar la exigencia del anticipo electoral como eje de su discurso de oposición puede acabar convirtiendo en un trofeo para los socialistas apurar la legislatura hasta marzo de 2012. Hasta el último minuto de Zapatero en el poder.
Es posible que alargar la vida del moribundo solo sirva para eso, para alimentar una expectativa baldía; máxime cuando el precario estado de salud del convaleciente no solo depende de la medicina que pueda autorecetarse, sino del pulso que vaya mostrando fuera de la habitación la aún tambaleante situación económica. Pero quienes dentro del Gobierno están por aguantar hasta marzo creen que dejar que el tiempo les juzgue les beneficia. Se podrá visualizar entonces, argumentan, que el Ejecutivo hizo lo que debía para que el país superara la tormenta perfecta aunque los datos macroeconómicos no terminen de airearse; y que lo hizo, además, frente a la oposición sin concesiones del PP. En este dibujo, en el que culminar las reformas forzadas por la crisis constituye la prioridad de las prioridades, la paz o, más bien, el lento y progresivo desenganche de la izquierda abertzale de ETA y de ésta con el uso de las armas aparecen diluidos entre las preocupaciones más perentorias del Gobierno.
A diferencia del proceso de 2006, cuando se involucró de hoz y coz, el Ejecutivo parece haber interiorizado tanto que el avance hacia la disolución definitiva del terror es irreversible, como que la misma aún tardará. Y que será difícil que mueva ficha, más allá de los deseos de la izquierda abertzale y del PNV, sin pasos más desnudos y comprometidos que los dados hasta ahora por el mundo de la antigua Batasuna y por ETA. Frente a la tesis que defiende que encauzar la paz puede reanimar el legado de Zapatero y las opciones del PSOE en el tramo final de la legislatura, es al lehendakari a quien más podría convenirle abanderar el tránsito hacia el final de la violencia. Una expectativa de liderazgo de la paz que buscaría reactivar a un PSE en horas bajas, ante un Zapatero amarrado al PNV y frente a la preferencia por la ‘vía Moncloa’ que han exhibido hasta ahora tanto los peneuvistas como la izquierda abertzale.
Lourdes Pérez, EL CORREO, 4/7/11