Francesc de Carreras-El Confidencial
- Afganistán es uno más de los países cuya importancia política solo se explica, hasta ahora, por el cultivo de extensiones de terreno dedicadas a las adormideras
Afganistán es uno más de los países cuya importancia política solo se explica, hasta ahora, por el cultivo de enormes extensiones de terreno dedicadas al cultivo de las adormideras, esas plantas más conocidas por el nombre de amapolas que debidamente tratadas y combinadas con otras sustancias producen opio, un producto de gran valor económico porque de él derivan drogas como la morfina y la heroína. Según datos de la ONU, el 85% del opio consumido en Europa durante 2020 proviene de Afganistán.
En realidad, con carácter general, la relevancia en política internacional de países y zonas donde la mayoría de la población es pobre, muy pobre, no se puede comprender sin la importancia del cultivo o la producción de alguna materia prima que allí es baratísima, pero que, tras ser tratada industrialmente en otros países, su precio final es carísimo. La amapola, esa hermosa y romántica flor, es baratísima en los campos afganos, pero la heroína es carísima en los mercados europeos. Un pingüe negocio bien vale una guerra.
La caída de Kabul estos días en manos de los talibanes me ha recordado otro agosto, el de 1990, exactamente el día 2, en que el presidente de Irak Sadam Hussein mandó por sorpresa anexionarse Kuwait. Con la llamada Guerra del Golfo que tuvo lugar poco después para restablecer la soberanía del país ocupado comenzó una larga contienda militar que terminó en 2003 con la invasión definitiva de Irak por parte de EEUU al frente de una coalición de países entre los cuales se encontraba España.
Se dijo entonces, y muchos se convencieron, que el motivo de la guerra fue derrocar a un despótico y execrable dictador como Sadam. La realidad era, en cambio, que la ocupación de Kuwait, sugerida sinuosamente por la diplomacia de Estados Unidos, hasta entonces firme aliado de Sadam contra el imán iraní Jomeini, tenía su razón de ser en las disputas sobre el precio del petróleo en la Organización de Países Productores (OPEP).
Con el precedente inmediato de la guerra Irán-Irak y el más antiguo conflicto palestino-israelí con derivaciones en Egipto y Líbano, en este agosto de 1990 —justo en el momento se terminaba la guerra fría y se desmoronaba la URSS, vaya casualidad— se iniciaba una desestabilización general de toda esta enorme zona geográfica de Oriente Medio que dura hasta hoy, con repercusiones muy importantes en esa nueva forma bélica, tan peligrosa y difícil de combatir, como es el llamado terrorismo internacional, ese que por cierto está cerca de nuestras casas.
Antes los «malos» más peligrosos eran los comunistas soviéticos y sus cómplices internacionales: aterrorizaban con sus mortíferas armas atómicas y Occidente se veía obligado a fabricar más o menos la misma cantidad y de igual potencia. Era eso que se denominaba equilibrio nuclear o, en plan película de Hollywood, equilibrio del terror.
Ahora los «malos» más endemoniados son los fanáticos terroristas islámicos: pasó de moda Al Qaeda, no se sabe muy bien qué se ha hecho del Estado Islámico —situado entre Irak y Siria, sin más precisiones—, ahora aparecen de nuevo los talibanes —por cierto, como estaba previsto, ya ocupaban medio Afganistán— y después les sucederán otras guerras, atentados, muertes y demás desgracias que seguramente sucederán.
Para comprender este caos bélico surgido tras la guerra fría en países hasta hace poco insospechados, y en sí mismo inofensivos, hay que atender a los intereses económicos en juego, no precisamente de estos países, en general pobres de solemnidad, sino al mundo desarrollado, a nuestro confortable mundo occidental.
Estos intereses afectan todavía a las fuentes primarias de energía, el petróleo y el gas, así como también de manera creciente a otras materias minerales hoy imprescindibles para fabricar productos industriales basados en las nuevas tecnologías. Ejemplo de ello es el litio que, precisamente, comienza a extraerse en Afganistán, entre otras cosas necesario para el funcionamiento de los automóviles eléctricos. Pero estas materias deben transportarse desde esos remotos países a los más desarrollados. Por tanto, también es clave la situación geográfica, especialmente la salida al mar para estar bien situado en las grandes rutas marítimas y, en el caso del petróleo y el gas, los gaseoductos para transportar estas fuentes de energía.
Si nos detenemos en las últimas guerras de esta amplia zona, todas ellas se explican por estos dos motivos: recursos económicos y situación geográfica. Veamos: Irán, Irak, Kuwait, Georgia, Osetia, Azerbaiyán, Chechenia, Ucrania, Crimea, Siria, etc. Por tanto, para comprender la política internacional son primordiales la economía y la geografía. Las ideologías, por ejemplo las religiosas, hay que situarlas en un segundo plano, en términos marxistas son las superestructuras y lo determinante son las infraestructuras.
En el caso de Afganistán debe subrayarse que los talibanes son contrarios al cultivo de las amapolas porque de ahí nace el comercio de la droga. Cuando gobernaron redujeron su producción a casi nada, ahora veremos, pero si reinciden en su guerra a la droga les aventuro poco futuro, habrá que acabar con los talibanes, esos islamistas fanáticos. Aunque parece que en Myamar, la antigua Birmania, empiezan a cultivarse amapolas a gran escala, en enormes extensiones de terreno. Hace poco se produjo un golpe de estado militar, menos mal que tenemos hijos de puta en todas partes. ¡Ah! Y también hay que vender armas…