Santiago González, EL MUNDO, 22/10/11
Uno entiende el optimismo, incluso cuando es exagerado, por más que la posición escéptica sea mucho más productiva desde el punto de vista científico. También considera que el comunicado de ETA, a pesar de su ambigüedad, es una buena noticia. Por razones prácticas, es mucho mejor el anuncio del «cese definitivo de la actividad armada», cualquiera que sea el significado de definitivo, a que declare «abiertos todos sus frentes de lucha».
No es, sin embargo, uno de los misterios gloriosos del rosario. Ya digo que se entiende la voluntad de los dirigentes democráticos: no le debemos nada a ETA, etc. Están (probablemente) peleando por hacerse con el relato, el making of del fin del terrorismo y ese es un asunto nada baladí. El problema es que para asentar en la opinión pública un discurso como: hemos llegado hasta aquí porque ETA había sido derrotada policial y judicialmente y su brazo político ilegalizado por el Supremo, hace falta que ese discurso sea verosímil, que se corresponda con lo que la opinión pública ve y considera veraz. Yo creo en la versión oficial, a pesar de un relato que me parece manifiestamente mejorable. Por ejemplo, parece algo surrealista que en la solemne comparecencia en la que el presidente se concedió la medalla de pacificador, Zapatero se refiriera a «la memoria de las víctimas, de cada una de las 829 víctimas mortales…». Mal empezamos, presidente. El número de víctimas de ETA es 858. Todas menos una, posterior a la salida del libro, están biografiadas en Vidas Rotas, en el que los autores, Domínguez, Alonso y Gª Rey, recogieron las vidas y las muertes, y el nombre de los victimarios y sus condenas, cuando los asesinatos fueron esclarecidos y juzgados (sólo en sus 2/3 partes). Fue el libro que las víctimas llevaron a Ayete para regalar a los mediadores internacionales. Es mal asunto que quien se postula como vencedor vaya al armisticio sin conocer el número de sus bajas; induce a desconfianza. ¿«No seremos una democracia sin memoria», presidente?
Ayer, la Izquierda Abertzale (IA) en pleno dio una nueva rueda de prensa. Eran tantos que parecían la presidencia de honor de un congreso del PCUS en sus buenos tiempos. Y anunciaron con mucho brío que «el cese de ETA no es el fin del conflicto», que falta «el reconocimiento de la nación vasca y el derecho de su pueblo a elegir su futuro» y han emplazado a los gobiernos español y francés a «adoptar sin dilaciones las medidas que les corresponden».
¿Qué quiere decir esto? Si damos por bueno que la IA no es ETA, a pesar de la turbadora presencia de Antton en la mesa, y que no se trata de una amenaza, no se entiende que se pongan más farrucos que la propia banda. No se justifican el tono campanudo ni las prisas. Si ETA lo ha dejado y definitivo significa lo que creemos, deberían bajar un par de octavas el tono de la voz y limar algunos calificativos. De hecho, si el cese de la violencia es incondicional y definitivo, lo propio sería que el gobernante, éste mismo o el que le suceda, respondiera: «Vale. Empezad a negociarlo con Francia, que lleva más retraso en lo autonómico, y lo que Sarkozy acepte, lo daremos por bueno nosotros».
Llama la atención que el lehendakari haya anunciado ya una rueda de conversaciones con todos para empezar la puja de las contrapartidas. Tampoco se entiende que Rajoy, en un discurso por lo demás irreprochable, haya dicho que el comunicado se ha producido «sin ningún tipo de concesión política». Ah, aquella legalización in extremis de Bildu por el Constitucional y el poder que gracias a ella ejercen los antiguos batasunos desde el 22-M. Si las cosas son como parecen, y Rajoy llega a La Moncloa, se va encontrar el paquete de la paz atado y bien atado: la paz era un hecho hasta que llegó el PP y la hizo volar por los aires. Lo dirán los mismos que repitieron hasta la saciedad al propio Rajoy: «Corresponde al Gobierno dirigir la lucha antiterrorista». Busquen en Google y verán.
Santiago González, EL MUNDO, 22/10/11