Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 6/7/12
E l concepto de afinidades electivas, procedente del campo de la química, sirvió a Goethe para titular, en 1809, la célebre novela en la que el gran pensador alemán ilustraba los impulsos enigmáticos que -al igual que esos cuerpos naturales que se combinan de modo misterioso- llevan a varias personas a alterar sus previas relaciones amorosas tras pasar un tiempo juntas.
Esa idea de las afinidades permite entender también la actuación de los políticos, quienes, como bien ha explicado la politología americana, presentan entre ellos, al margen de su militancia partidista, más intereses corporativos en común -sobre todo a medida que aumenta su poder- que los que tiene cada uno con sus electorados respectivos.
Son, de hecho, tales afinidades las que explican que los mismos políticos que se niegan en redondo a «cortar por lo insano», como con razón planteaba el editor de este diario hace solo una semana, estén dispuestos a exigir, con total tranquilidad, y de forma reiterada, sacrificios a una población que contempla con estupor que unos debamos asumir tantos recortes y otros tan pocos o ninguno.
Recortes que, debidos a la afinidad particular entre políticos, son en efecto selectivos, pues a quienes, más allá de diferencias ideológicas, muestran desde hace años no estar dispuestos a introducir reformas susceptibles de afectar a sus intereses como clase, no les tiembla la mano, sin embargo, cuando impulsan reformas generales.
Y así, soportamos el escándalo de que al tiempo que no se reduce radicalmente el disparatado número de nuestros ayuntamientos, ni se suprimen unas diputaciones prescindibles, ni se ajusta el número de políticos y altos cargos a las verdaderas necesidades del país, ni se hace nada sustancial para poner fin a esa cultura del despilfarro en gastos suntuarios que practican todos los Dívar que pululan por las altas esferas del poder, se afecta, sin pensarlo dos veces, a las prestaciones en farmacia o sanidad o al empleo de decenas de miles de personas que, como ahora se plantea, deben quedarse en la calle para que el país pueda salir de su agujero.
No caeré yo en la fácil demagogia de negar que ciertos ajustes que afectan a la sociedad se han convertido ya en indispensables, tras tantos años de sufrir la irresponsabilidad de una clase política que actuaba como si viviéramos en Jauja. Pero que se insista una y otra vez en que hay que reformarlo todo… salvo, ¡cosa curiosa!, lo que atañe a los intereses corporativos de quienes viven de dedicarse a la política es el mejor modo de que, incluso quienes estarían dispuestos a aceptar de buen grado unos recortes sociales que entienden necesarios, se rebelen contra la injusticia que supone sacar tanto de un saco para seguir metiéndolo en el otro a manos llenas.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 6/7/12