Jon Juaristi-ABC

La coalición progresista abre camino a una democracia totalitaria

¿Por qué el flamante presidente del Gobierno estuvo tan empalagoso con la portavoza de Bildu durante el debate de investidura? ¿Cómo se las arregló esta para ganar la benevolencia de Sánchez? Porque Mertxe Aizpurúa no tuvo ni tiene nada para ir derritiendo al personal. Otras cualidades poseerá, sin duda. Parafraseando a Musil, digamos que no parece una mujer sin atributos. Pero no anda sobrada de encanto y simpatía.

Sánchez necesitaba hacerle la rosca a Aizpurúa por varios motivos. El más perentorio, asegurarse la abstención de los filoetarras en la votación. También debía evitar que los del PNV se cabrearan, pues el PNV cuenta con Bildu para reformar el Estatuto vasco a su gusto y afición. Pero, sobre todo, seguía una tradición inaugurada por el PSOE entre 1993 y 1994, hace más de un cuarto de siglo: la de intentar llevarse al huerto las organizaciones ancilares de ETA. La primera tentativa, que fracasó, la promovieron Mario Onaindía y Ramón Jáuregui. La segunda corrió a cargo de Eguiguren y Rodríguez Zapatero según el modelo Abrazo de Vergara, aunque no obtuvo otro resultado, como después se ha visto, que faciltar un cambio de estrategia a la izquierda abertzale, para la que la vía terrorista se había vuelto letal después del asesinato de Miguel Ángel Blanco. La tercera, la protagoniza hoy Sánchez.

Creo que interesa más lo que dijo Aizpurua que la colección de banalidades melosas con que la obsequió el hoy ya investido presidente en sus réplicas. Aizpurúa dijo muchas cosas, y todo el bloque de la derecha concentró la bronca en el decoy, en el misil sin carga que aquella lanzó contra el Rey. Ninguna objeción se hizo al hecho de que la diputada abertzale maquillara la realidad actual de su partido al afirmar que en él cohabitan sectores «que denunciaron la transición como un fraude, contrario a la ruptura democrática que se consideraba imprescindible» con otros, personalizados en el ex lendakari Garaikoetxea, que se contentaron con el Estatuto de Autonomía. Habría sido más exacto decir que cohabitan en Bildu antiguos terroristas de ETA (asesinos e informadores) con otros que aplaudían cada atentado con las orejas. Sin embargo, tampoco es eso lo que se debe resaltar. Era otro decoy, fabricado para exasperar a la actual oposición.

Lo verdaderamente importante fue el desarrollo, por extenso, de la idea de la superioridad de la democracia sobre la ley. Con terrible precisión, Aizpurúa comenzó recordando que esa había sido también la posición de Sánchez y de su último gobierno: la de que la ley, por sí sola, no es suficiente para solucionar los «conflictos territoriales». Y a continuación soltó la doctrina: «la disyuntiva será siempre entre democracia y legalidad (…) En esta disyuntiva entre democracia y legalidad, lo que debe prevalecer siempre es la democracia, incluso ante la más perfecta de las constituciones del orbe mundial y planetario». Y Sánchez no la rebatió porque, en realidad, esa es la base misma de su proyecto, es decir, la sustitución de la democracia constitucional, basada en la ley (la democracia como una consecuencia del pacto constitucional) por lo que Talmon definió como «democracia totalitaria», la que somete la ley a la democracia y justifica la destrucción de las constituciones -incluso de las más perfectas- por la aparición de nuevas demandas populares. Como Douglas Murray observa en su muy reciente ensayo The Madness of the Crowds (2019), intentar hacer de los mejores logros del liberalismo su fundamento equivale a destruir, no ya un régimen, sino el sistema mismo que hace posible la democracia: «Los productos del sistema no pueden reproducir la estabilidad del sistema que los produjo». Pues eso.