Joseba Arruti-El Correo

Ala izquierda vociferante se le gripan las cuerdas vocales cuando es interpelada acerca de la seguridad. Por su deterioro, más concretamente. El ímpetu aleccionador que le caracteriza mengua de pronto, se contrae, para dar paso al más puro negacionismo. Los hechos son sensaciones, alucinaciones; y los datos, elásticos, subjetivos. Así, hasta concluir que la presencia policial y su acción eficaz frente a la delincuencia desembocan en la antesala del fascismo y otras pestes. Es la consigna multiusos, la que de tanto manoseo ya no significa nada.

En ese estado de iluminación espiritual, la progresía de postín convierte a los malhechores en angelitos descarriados y la culpa de sus desmanes termina siendo de la propia sociedad. De la capitalista, cómo no. En las que no lo son desconocen la existencia de robos, violaciones y fechorías varias. Allí todo es fraternidad y buena educación, modales esmerados y amor por el prójimo.

Esas sociedades tan venturosas, las que sirven de modelo a los revolucionarios de posibles, acostumbran a ser represivas y controladoras. Las de Código Penal más caprichosillo, cárceles más siniestras y reinserción más incierta. Con la Policía, allí sí, colándose hasta el tuétano, sin garantías ni contrapoderes.

Existe una creciente inquietud social en Euskadi por los niveles de inseguridad y reincidencia, particularmente en determinadas zonas. No se trata de un apocalipsis delictivo, pero el problema es real. Y hay que confrontarlo con determinación política, medidas policiales, ajustes legislativos y pericia judicial. Sin dar pábulo a los odiadores en bucle, pero sin la impudicia de los vendedores de jarabes milagrosos. Y con datos, porque el mayor sesgo consiste en ocultarlos o racionarlos.

No sorprende el posicionamiento contumaz de la izquierda asilvestrada contra las iniciativas del Gobierno vasco en materia de seguridad. Sí resulta perturbador que quien forma parte de ese Ejecutivo junto al PNV critique los pasos dados en los últimos meses por el departamento correspondiente sumando datos a las estadísticas. Más aún si infla la hipérbole hasta el extremo de considerar que el socio mayoritario flaquea frente a los mensajes de la extrema derecha.

Nada se puede esperar en esta materia de quienes detestan más a su propia Policía que a toda clase de maleantes. Pero cabe pedir prudencia a los que se reivindican mediante declaraciones altisonantes y profundamente injustas. Quien da la espalda a los problemas de los ciudadanos termina tiritando cuando le pasa por encima la ola reaccionaria. No existe mejor servicio público que el consistente en aguzar el oído, reconocer las inquietudes justificadas y tratar de ofrecer información y soluciones con los múltiples resortes de un estado democrático. Incluidos, por supuesto, los policiales.