IGNACIO CAMACHO-ABC
Más que simpatizante de Cs, Aznar se ha vuelto abierto disidente del marianismo. Ha dejado de confiar en su partido
EN plena crisis poszapaterista, Felipe González dijo que aunque seguía siendo militante del PSOE había dejado de simpatizar con su propio partido. A Aznar le pasa ahora algo similar: continúa afiliado al PP pero su vinculación es meramente biográfica, por una vaga lealtad a sí mismo. Acaso más que simpatizante de Ciudadanos, como sostiene la actual nomenclatura popular, se haya vuelto abierto disidente del marianismo, en sintonía con esa porción de electores que está a punto de emigrar de su tradicional referencia por falta de incentivos. Cada pronunciamiento aznarista es un desdeñoso misil contra Rajoy, contra su abulia política, contra su mentalidad y contra su estilo. Si no ha renegado ya públicamente de su decisión sucesoria –en privado es distinto– es porque su natural soberbia le impide reconocer que se equivocó al elegirlo. Y quizá porque tal como ha acabado Rato no le convenga recordar quién era el candidato alternativo.
El último editorial de FAES, el órgano de expresión del núcleo intelectual que rodea al exmandatario, representa una dura sentencia contra el Gobierno, disfrazada de análisis sobre el declive del bipartidismo. Amparado en el estancamiento simultáneo del PSOE para evitar un reproche explícito, el alegato sobre la pérdida de identidad ideológica de las dos grandes fuerzas dinásticas contiene un indisimulado propósito crítico. La empatía con que el texto mira a Cs, siendo evidente, no resulta tan decisiva como la acusación tajante de que el PP ha malversado su modelo, renunciado a su agenda y abandonado sus principios.
Que esta reprobación tan contundente provenga de Aznar, tan lastrado por sus propios errores, no impide que su diagnóstico sea un acierto. Aquello de la luna y el dedo, o de la verdad de Agamenón y el porquero. Lo que dice el antiguo líder del centro-derecha es lo que piensan hoy gran parte de sus votantes, incapaces de reconocerse en el actual proyecto. La pérdida del anclaje ideológico, la inadaptación a los cambios sociales y la falta de defensa de valores concretos están provocando una ruptura en el sistema histórico de representación que beneficia a los partidos nuevos. En ese sentido, el polémico texto destila una especie de melancólico lamento cuando manifiesta que PP y PSOE no retroceden por seguir siendo ellos mismos sino precisamente por haber dejado de serlo.
Esa idea de orfandad es, en efecto, la que domina hoy en muchos electores moderados y la que provoca el desplazamiento de la intención de voto –también en la socialdemocracia– hacia Ciudadanos. El partido de Rivera, aún inmaduro y poco contrastado, no capta apoyos porque suscite entusiasmo sino porque cataliza la decepción de los agentes políticos clásicos. Y ese fenómeno palmario es lo que la requisitoria de Aznar señala, más allá del morbo sobre sus nuevas simpatías o sobre la manifiesta nostalgia de su propio liderazgo.