Ignacio Camacho-ABC
- La invasión de Ucrania obliga a Europa a replantear su defensa y revisar las prioridades políticamente correctas
Desde que Fukuyama decretó el final de la Historia, entendiendo por tal el triunfo de la economía de mercado y una era de paz casi eterna tras la caída de la Unión Soviética, han ocurrido unas cuantas cosas capaces de cuestionar «la desaparición de las guerras y las revoluciones sangrientas» (sic) y el advenimiento de un mundo benéfico iluminado por el avance de la ciencia. Al año de publicado el libro Yugoslavia se entregó a una furiosa masacre y a la limpieza étnica, y después Ruanda vivió un genocidio de ferocidad inédita, el islamismo derribó las Torres Gemelas, Estados Unidos invadió Irak, el capitalismo rozó el colapso en una monumental crisis financiera y China emergió como potencia dispuesta a cambiar el eje geopolítico del planeta. Todavía había de venir la pandemia y ahora esta invasión de Ucrania que pone en solfa el optimismo kantiano de una Unión Europea afanada en la transición verde, la innovación digital, el feminismo y demás causas políticamente correctas de la Agenda 2030. Y por si fuera poco América, el guardián del ciclo de progreso perpetuo, se ha ido replegando en sus fronteras bajo la doctrina neomonroviana de la prioridad interna. Caray con el profeta.
La incursión imperialista de Putin, de presentido final lúgubre, ha despertado a la UE de su sueño en brazos de Venus (definido por Kagan, otro politólogo estadounidense con el que Fukuyama acabó coincidiendo para apoyar a Bush hijo en su ardor guerrero). En ese brusco desvelo la eurocracia se ha dado cuenta de que había cedido a Rusia y su oligarquía mafiosa sectores tan estratégicos como el del gas que mitiga la crudeza térmica del invierno. El Brexit dejó a Francia como único socio comunitario provisto de armas nucleares y Alemania ha constatado, andá los donuts, que carece de fuerza efectiva de combate. El aumento de inversión y gastos militares se ha convertido en la nueva prioridad continental pero llega tarde para defenderse de este ataque porque estábamos dedicados a proyectos más confortables. Los altares dedicados a Marte no van a estar listos a tiempo de que Ucrania -y acaso otros países vecinos- puedan salvarse. Pero si no se empiezan a construir ahora el empuje ruso terminará por amenazar el territorio de la OTAN y no habrá capacidad disuasoria para detener la tentación zarista de recuperar su zona de hegemonía histórica.
El esfuerzo va a exigir la reprogramación de una economía que primero el Covid y luego la guerra han dejado en fase crítica. Por decirlo según la célebre parábola de Samuelson, toca equilibrar la relación entre cañones y mantequilla y eso significa que, aunque de momento nadie lo admita, la transformación ecológica quizá tenga que ir menos deprisa. Porque el combustible y la luz no son gratis, la reindustrialización consume mucha energía, hay déficit de infraestructuras gasísticas… y los tanques eléctricos aún son una utopía.