EL MUNDO 01/10/14
VICTORIA PREGO
Las manifestaciones que tuvieron lugar ayer ante los ayuntamientos de toda Cataluña siguen la lógica que se deriva de una población a la que sus dirigentes han mantenido en una inmensa mentira: la de que la independencia era posible e inminente porque una parte del pueblo catalán así lo quería.
No les han explicado que para que ese deseo se pudiera hacer realidad el resto de los españoles habrían quedado privados de los derechos que los líderes políticos independentistas reclamaban para los suyos. Y que esos españoles no estaban dispuestos a semejante cesión. Ni les han dicho nunca que para que los catalanes dieran respuesta en referéndum a unas preguntas tramposas y radicalmente injustas para la equidad exigible, tenía que romperse el orden constitucional y que, en ese caso, habríamos entrado todos, catalanes también, en la jungla, donde no existe más ley que la ley del más fuerte.
Por lo tanto, los catalanes que se han creído y han hecho suya la sarta de mentiras que les han ido inoculando desde hace años, se manifiestan ahora para protestar. Claro, era inevitable que sucediera, aunque a quienes deberían exigir las explicaciones por el fiasco es a sus responsables políticos, no al Gobierno de España, que ha cumplido con su obligación. Pero no sucederá así.
A Artur Mas y a los suyos no les conviene que las miradas de la gente se vuelvan contra ellos y se ocuparán muy mucho en mantener la tensión callejera como mínimo hasta las próximas elecciones. No esperan con ello forzar la mano al Gobierno ni mover la más que previsible sentencia del Tribunal Constitucional, desde luego que no. Simplemente necesitan la movilización popular para mantenerse a flote.
Pero esos movimientos ciudadanos, especialmente si están acompañados de la frustración y de la ira, pueden írseles de las manos a sus instigadores. La Cataluña independentista pero pacífica se ha topado ya con la ley y sabe que no avanzará ni un paso más allá, lo cual puede llevar a que los más exaltados decidan apostar por la inestabilidad y empiecen a provocar incidentes.
Tiene que tener mucho cuidado Artur Mas con su pretensión de dejar en manos de la calle la defensa de sus errores. Primero, porque eso es la evidencia de lo inconsistente de su posición: no puede ser nunca en las calles donde se dirima el destino de la vieja nación española. Segundo, porque, descartando de plano que el presidente del Gobierno pueda desdecirse en un futuro de su irrenunciable posición, corre el riesgo de verse enredado en una espiral de activismo callejero que le desacredite definitivamente ante el mundo civilizado y convierta a Cataluña en el ejemplo de lo que no se puede hacer en democracia. Y, tercero, porque antes o después las movilizaciones callejeras acusarán el desgaste de las causas imposibles y, entonces, sus ademanes con pretensiones heroicas de hoy serán vistos como grotescas gesticulaciones mañana. Y se evidenciará ante todos su estrepitoso fracaso.