ABC 11/11/14
MIQUEL PORTA PERALES, ARTICULISTA Y ESCRITOR
«Este totalismo – una forma de populismo– ha encontrado eco en una población maltratada por la crisis y necesitada de sueños y chivos expiatorios a quien cargar la culpa de lo que sucede. La última entrega del CEO afirma que el 42% de los nuevos independentistas lo son por “la actitud del Gobierno español sobre Cataluña” y el 13,4% por el “tema económico”»
Más datos. ¿Cómo han evolucionado las preferencias de los catalanes sobre la independencia de Cataluña? El Institut de Ciències Polítiques i Socials –centro adscrito a la Universidad Autónoma de Barcelona– señala que el porcentaje de independentistas oscila entre el 12% y el 22% durante el período 1991-2010. Posteriormente, el porcentaje aumenta: 2011 (30%), 2012 (42%) y 2013 (43%). Para el oficial Centre d´Estudis d´Opinió (CEO), el independentismo llega al 49,1% en 2014. Finalmente, tres datos del CIS (2006) que resultan significativos: el 70,8% de los catalanes estaba «de acuerdo» o «muy de acuerdo» en «valorar positivamente la Constitución, porque ha sido un instrumento útil para mantener unido el país» (un 15% «en desacuerdo»); el 73,9% estaba «de acuerdo» con la frase «el idioma español es un elemento básico de nuestra identidad» (un 17,2% «en desacuerdo»); el 66,4% estaba «de acuerdo» con la afirmación «la historia que compartimos, con sus cosas buenas y malas, es la que nos hace a todos españoles» (un 17,4% «en desacuerdo»). ¿Qué se contestaría hoy de formularse las mismas cuestiones?
¿Qué ha ocurrido en Cataluña durante los últimos años? Recapitulemos: 1) el sentimiento de «nación catalana» y de pertenencia «solo catalana» se mantiene estable en la parte media baja de la estadística; 2) la preferencia independentista aumenta hasta el 43% –el 49,1% según el CEO– coincidien—do con la movilización nacionalista que se acelera en 2012. Cosa que desmiente la teoría del nacionalismo catalán según la cual la progresiva concienciación «nacional» de los catalanes, así como la creciente demanda de soberanía que se expresa reivindicando el llamado «derecho a decidir», sería el resultado del «tradicional expolio fiscal» que padecería Cataluña y de la sentencia restrictiva del Tribunal Constitucional (2010) sobre el Estatuto. La clave de la deriva independentista hay que buscarla en otro lugar: en la agitación nacionalista. Agitación. Pero, ¿qué agitación? No solo de
agitprop vive el «proceso» catalán. Y no solo gracias al agitprop se difunde la ideología y el programa nacionalistas. Hay algo más. El nacionalismo catalán tiene su grado de sofisticación. Concreto. En 1989, el psiquiatra estadounidense Robert Jay Lifton reedita un trabajo –Reforma del Pensamiento y la Psicología del Totalismo– en el que analiza el modusoperandi de quienes pretenden condicionar y dirigir la opinión y acción de los individuos. Al respecto, el autor indica los ocho criterios de una «reforma del pensamiento» que conducen al «totalismo» entendido como «la conjunción de una ideología inmoderada con unos rasgos de carácter individual igualmente inmoderados, un terreno de reunión extremista entre la gente y las ideas». Los ocho criterios: 1) control del entorno, 2) manipulación mística, 3) demanda de pureza, 4) confesión, 5) ciencia sagrada, 6) carga del lenguaje, 7) la doctrina predomina sobre la persona y 8) dispensación de la existencia. El nacionalismo catalán ha elaborado y difundido un relato que responde a los ocho criterios propuestos por Robert Jay Lifton. A saber: 1. control del entorno (un discurso que se propaga viralmente por unos medios que colaboran activamente en la labor), 2. manipulación mística (Cataluña entendida como revelación, intuición, certeza y verdad indiscutible que ha de tomar cuerpo y forma nacionales por ser lo que es), 3. demanda de pureza (el buen nacionalista que participa en el «proceso» por el bien de la «nación»), 4. confesión (declaración y celebración de la disolución del individuo en el grupo una vez aceptada la verdad), 5. ciencia sagrada (la nación incuestionable con su tradición, héroes, principios, objetivos, valores, tácticas y estrategias), 6. carga del lenguaje (una neolengua –«derechos históricos», «derecho a decidir», «democracia», «legitimidad» o «expolio»– que connota el discurso, establece una verdad irrefutable por definición y provoca acontecimientos), 7. la doctrina predomina sobre la persona (el individuo actúa en consonancia con el destino predeterminado de la «nación»), 8. dispensación de la existencia (el individuo «existe» en la medida que pertenece al grupo o se integra en el mismo).
Yel caso es que este totalismo –una forma de populismo– ha encontrado eco en una población maltratada por la crisis y necesitada de sueños y chivos expiatorios a quien cargar la culpa de lo que sucede. De todo lo que sucede. Me remito, otra vez, a las encuestas. La última entrega del CEO –octubre 2014– afirma que el 42% de los nuevos independentistas lo son por «la actitud del Gobierno español sobre Cataluña» y el 13,4%, por el «tema económico». Según la dirección del CEO, se habrían fabricado 400 independentistas diarios en los dos últimos años. La agitación y el totalismo han hecho su trabajo. Y el simulacro del 9-N –la «democracia aclamativa» de Carl Schmitt y el estado de excepción legal de hecho de quien desafía al Estado de derecho– confirma que un tercio del censo electoral apuesta por la independencia de Cataluña. Es cierto que el independentismo –a pesar de la agitación nacionalista– parece haberse estancado. Pero, también lo es que el nacionalismo catalán está en la fase de acumulación de fuerzas. «Hemos ganado la semifinal y ya estamos dispuestos para jugar la final», declara una dirigente independentista después del 9-N. Y es que el totalismo nacionalista –inasequible al desaliento– insiste en la tarea de persuadir, emocionar, aglomerar y movilizar a un «pueblo» al que regala los oídos diciéndole que está «cargado de razones, convicciones, ilusiones y sonrisas», que su «lucha por la radicalidad democrática y la dignidad de Cataluña es un ejemplo para el mundo» y que al final del «proceso» les espera –otro «ejemplo para el mundo»– un «país nuevo». Así estamos. ¿Para cuándo el relato desacomplejado del «no» a la independencia que refute el totalismo nacionalista con sus falacias y ficciones?