Luis López-El Correo
De los crecientes tiempos de parálisis parlamentaria no se sabe si es peor que ni se note la ausencia de políticos o el resquemor que generan entre quienes no tienen tantas vacaciones
Luis López
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad y una gran responsabilidad se merece un gran descanso. Un descanso grande como unas vacaciones escolares. Un descansote.
Pues eso es lo que se han recetado todos los partidos en las Juntas Generales de Bizkaia, que han recortado su calendario laboral y no celebrarán sesiones en julio. Pero lo han hecho de un modo discreto, sutil, delicado, sin cohetes ni fanfarrias. Cuando se aprobó esta relajación en la agenda institucional, hace más de un mes, no hubo ni debate ni explicaciones. Lo que sí hubo fue la unanimidad característica de los grandes pactos, de los acuerdos transversales, y dieron su sí rápido y circunspecto desde el PNV hasta EH Bildu, y desde el PSE hasta el PP pasando, naturalmente, por Podemos. Todos. Que con el calor los niños tampoco van a clase. Y con el calor estas Juntas no se dilatan, se contraen, fenómeno físico singular. «Quien gobierna, mal descansa», decía Lope. Eran otros tiempos.
La situación no es inédita, claro que no. En el Parlamento vasco también paran en julio y en agosto y, además, echan la persiana en enero como para terminarse el mazapán en el ecuador del curso, que si no se hace largo. Esta forma de refrescante molicie fue en alguna ocasión criticada por los partidos de izquierdas, pero parece que ya no es punto de conflicto porque favorece el reposo y la conciliación.
En el Ayuntamiento de Bilbao el debate político gira en torno al pleno municipal, cita mensual fatigosa por extensa y miscelánea. Pues tampoco hay pleno ordinario ni en julio ni en agosto. Ni lo hay en el mes en el que cae la Semana Santa; este año, abril. Ahora. No hay por recogimiento pascual o por puente largo o por las dos cosas. Ah, y en diciembre tampoco, aunque antes de terminar el año sí está la cita extraordinaria, más contenida y llevadera, para aprobar los Presupuestos.
Este caso, el del pleno ordinario de Bilbao, es particular porque condensar toda la potencia política de la capital en un solo día al mes suele deparar jornadas larguísimas, de hasta diez o doce horas, con una en medio para comer. Una cosa plúmbea, inabarcable, en la que se mezclan asuntos de relevancia diversa: unos importantes para la ciudadanía, otros de fulgor tísico. A ver, por respeto institucional no es plan de decir que se discuten chorreces en este foro tan importante, pero la verdad es que más de una chorrez sí que llega al orden del día. Es más, en ocasiones asuntos de brillo suficiente se quedan medio sepultados por ese mejunje disolvente de reivindicaciones nimias o pronunciamientos vacuos, en plan pedir la paz global o el apoyo a los seres vivos o la condena a las dictaduras transoceánicas.
Volviendo a los extensos periodos vacacionales de los representantes de la ciudadanía, a ese agotamiento institucional creciente, uno no sabe muy bien qué es peor: que mayormente no se note nadita el tiempo que las ágoras quedan baldías; o que engorden los costrones que deja el asunto en el ánimo de la gente que sí lo nota. Que la envidia es mucha y muy mala. Claro, es que la gente corriente suele tener que conformarse con un mes de vacaciones. En el sector docente, más. En sectores irregulares y de supervivencia, menos. Pero, por lo general, son 22 días laborales. Y punto, o puntito.
La pelusilla, la miseria esa, merma la confianza del personal en sus representantes. Y se junta el resquemor a otros desengaños, que son abundantes. Así que la gente se enfada. Un escenario de mal pronóstico. Porque en espíritus airados encuentra fácil acomodo la furia populista, la ferocidad de individuos medio tronados proclives a las singularidades capitales. Que esa es otra, cómo será que los ‘trumps’, los ‘mileis’ o los ‘wilders’ tienen todos unos peinados tan raros.
Si algo así llegase a ocurrir aquí, si emergiese exitosa una alternativa chiflada (atención al hecho piloso), el mundo de la política actualmente ejerciente con toda seguridad saldría con la pujanza de una estampida de ñus a escandalizarse, a extrañarse de cómo ha podido pasar algo así. A preguntarse ¿cuál es el problema?, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Y tú te lo preguntas?