Óscar Sánchez Alonso-El País
Mientras algunos prefieren el silencio cómplice y acomodaticio, Savater siempre ha optado por no callar
“Se tomó la molestia”, reza la leyenda en la tumba de Willie Brandt. Es el epitafio favorito de Fernando Savater, según él mismo explica en el artículo Perdonen las molestias . Puede comprenderse la predilección de Savater por ese epitafio. Sin duda, tomarse la molestia por infinidad de causas justas es una constante a lo largo de su trayectoria. Y encima, los costes de ese compromiso siempre los ha asumido con humildad, sentido del humor y profunda altura de miras. Qué más puede pedirse.
Si el Cantar del Mío Cid da cuenta de un reproche (“lengua sin manos, cómo osas fablar”), Savater encarna discurso y acción: imprescindible voz que no se queda de brazos cruzados. También por eso ha sido un extraordinario educador cuando ejercía como profesor universitario, y lo sigue siendo a través de sus escritos y comparecencias públicas. Si la auténtica educación requiere del ejemplo, si una de las claves educativas es el hacer hacer, la lengua con manos de Savater ha eludido el cómodo toreo de salón. Sus palabras invitan a la acción, y sus acciones hablan por sí solas. Dentro y fuera del aula, maestro siempre. Una admirable simbiosis de brillantez intelectual y coraje cívico. Y todo ello envuelto en ese tono cercano, comprensible, desenfadado y jovial que tanto le caracteriza. Es sabiduría (sin petulancias), grandeza (sin postureos) y ejemplaridad (de la que reconforta).
En uno de sus textos, Savater explica un significativo pasaje de su infancia. En los circos de aquella época, las jaulas de las fieras se disponían en las proximidades de la carpa, de modo que en los horarios en que no había función, los animales resultaban bastante accesibles para el público. Un día, aquel pequeño Savater se topó con un tigre de Bengala dormido, y no pudo resistirse a acariciar su testuz; ganándose, claro, la bronca posterior de su abuelo Antonio.
Aquello debió resultar premonitorio, puesto que Savater, ya crecido, toda su vida ha seguido colocando la mano al otro lado de los barrotes. Ya no porque esas otras fieras estuvieran dormidas (sino porque sabía, precisamente, que estaban más que despiertas), y desde luego ya no para acariciarlas (sino para plantarles cara con decidida convicción). Nunca ha abandonado ese arrojo. Y de ahí que se buscase complicaciones en la dictadura franquista (y eso le llevó a la cárcel, y eso supuso que le apartaran de la Universidad); y de ahí que estuviera en el punto de mira de los asesinos etarras durante años y años; y de ahí que los nacionalistas de todo signo le consideren un indeseable; etcétera.
Son múltiples los charcos en los que ha entrado. No entra de forma caprichosa. Entra con la veracidad de los hechos y el argumento racional
Son múltiples los charcos y jardines en los que Savater ha entrado. No entra de forma caprichosa. Entra con la veracidad de los hechos y el argumento racional. Entra para defender derechos y libertades individuales; para denunciar atropellos contra las instituciones democráticas; para salvaguardar el concepto de ciudadanía; o para combatir zafias simplezas, populistas monsergas, manipuladores engaños y fanáticas enajenaciones.
«No hay página de Chesterton que no contenga un deslumbramiento», apuntó Borges. Pues bien, igual sucede con Savater: siempre hay deslumbramiento, siempre hay hallazgo, siempre te suministra aprendizaje. Aunque no compartieras lo que te está diciendo, con Savater siempre puedes aprender: aprendes por lo que dice, aprendes por cómo lo dice, y aprendes porque lo dicho te va a conducir a otro autor, a otro libro, a una determinada película, a una determinada música, a un determinado cómic… Savater es una invitación a seguir buscando.
No hará falta enumerar su excepcional y extenso currículum. Esa enumeración, por exhaustiva que sea, nunca reflejaría cuanto de meritoria resulta su carrera en términos creativos, pedagógicos y democráticos. Ninguna enumeración alcanzaría a plasmar el inmenso magisterio de su actitud: una actitud implicada y vital, a pesar de todas las penas y dificultades que toque afrontar.
Mientras algunos prefieren el silencio cómplice y acomodaticio, Savater siempre ha optado por no callar. Mientras algunos escurren el bulto, Savater siempre ha optado por mirar de frente. Mientras algunos se decantan por interesados y rentables disimulos, Savater siempre ha optado por no esconderse. Así son las personas libres. Y es de justicia que el Premio Internacional COVITE (Colectivo de Víctimas del Terrorismo) haya recaído en él este año: este 23 de junio recogió en San Sebastián el merecido galardón. No es que tengamos que disculparle las molestias. Es que deberíamos mostrarle una inmensa gratitud por abrirnos los ojos en tantas y tantas ocasiones. Agradezcamos la dicha de tenerle.