Agridulce

Juan Carlos Girauta-ABC

¿Dónde había que buscar el origen de tan arraigado sentimiento de desdicha?

Pues señor… érase un país muy viejo que se perdió el respeto a sí mismo sin motivo. En realidad, las personas mejor informadas del mundo, y cuantos pisaban su suelo, lo consideraban un maravilloso lugar donde vivir. Cuando los sabios, con sus fórmulas y sus concienzudos estudios, confeccionaban una lista con todo aquello que hacía a un país deseable, y comparaban los doscientos reinos o repúblicas del orbe, los resultados eran pasmosos.

Su esperanza de vida media era la más alta (OMS, 2019). Su sistema sanitario era el tercero mejor (Bloomberg, 2018). No había país más seguro (Índice de Paz Global, 2018), ni tampoco, merced a su alimentación, país más saludable (Bloomberg, 2019).

Sus gentes podían utilizar su propio idioma en decenas de países, a decenas de miles de kilómetros, con casi seiscientos millones de personas. En habitantes nativos, su lengua era la segunda más hablada después del chino. Su cultura era la tercera más influyente según los expertos. Pertenecía a un club de países que habían decidido fundar sus políticas en valores, un grupo de naciones garantistas que mantenían estándares de bienestar sin parangón, que habían renunciado a controlar sus fronteras entre sí permitiendo la libre circulación de quinientos millones de personas. La mayoría de miembros de ese club compartía incluso una misma moneda. En este último grupo, el viejo país acomplejado era la cuarta economía más importante.

Lo cierto es que, mirando el conjunto, no había muchos motivos para el descontento y sí para la satisfacción. Sin embargo, cundía el pesimismo. Un pesimismo que lastraba y castraba las iniciativas de sus ciudadanos más activos y decididos. Sucedía que los medios de comunicación centraban sus informaciones únicamente en los aspectos negativos. Pero eso no era exclusivo del viejo país. En realidad, sucedía en todos sitios, sin provocar la general depresión de las audiencias.

¿Dónde había que buscar el origen de tan arraigado sentimiento de desdicha? Quizá, decían algunos, en una leyenda negra que se remontaba a la época en que el país, entonces joven, era la principal potencia planetaria. Con argumentos religiosos que no vienen al caso, potencias más débiles habrían ideado un cuento sobre maldades, crueldades y abusos. Lacras todas ellas sobre las que aquellas potencias más débiles no podían en rigor dar lecciones, pues habían superado en mucho los abusos, represiones, exterminios de otros pueblos y otros herejes. Aún así, de todo aquello hacía ya unos cuantos siglos. ¿Por qué iba a seguir hundiendo la moral del viejo reino tanto tiempo después?

Acaso porque abominar de lo propio se había convertido en un negocio muy rentable, y del mismo modo que hay gente que no soporta las películas con final feliz, seguía siendo de lo más recomendable para la carrera de los fabricantes de relatos ahondar en falsedades desazonadoras en vez de arriesgarse a ser ridiculizado contando la verdad.