ABC 07/05/14
IGNACIO CAMACHO
· El CIS puede suscitar dudas por el sesgo de su «cocina» de datos pero su trabajo de campo está fuera de sospecha
Las encuestas son la droga de los políticos; viven enganchados a ellas y cuando no tienen dinero para procurárselas se chutan sucedáneos en vena. En esta precampaña los partidos apenas han encargado sondeos porque andan más bien tiesos de pasta, y han tenido que reducir gastos en vista de que robar como de costumbre se ha puesto difícil: hay demasiada gente mirando. Así que la mayoría ha recurrido a destripar los que encargan los periódicos, que tienen amplio margen de error, y a hacer trackings o pequeños muestreos de gabinete. Metadona para aquietar el mono desasosegado por la ignorancia de lo que se cuece en el subsuelo de la opinión pública, bajo las evidentes capas de desencanto. Por eso el barómetro del CIS ha caído sobre la nomenclatura dirigente como lluvia de mayo, una dosis demoscópica con la que apaciguar el síndrome de abstinencia. Y pagada con dinero público, que es lo que más les puede gustar a los profesionales de la política.
El CIS suscita a menudo sospechas de parcialidad progubernamental por su sesgo al cocinar los datos, pero no hay nadie que dude de la metodología escrupulosa de sus trabajos de campo. Las prospecciones trimestrales tienen 2.500 entrevistas domiciliarias, provincializadas y estratificadas con bastante rigor, y realizadas con prolijo detenimiento. Es un trabajo minucioso y caro, o caro por minucioso; los estrategas electorales no se fían de sus conclusiones y de los criterios de proyección pero saben que el bruto es material de primera para elaborar sus propios análisis. Ayer se precipitaron a mirarle las entrañas con la ansiedad de quien desenvuelve un esperado regalo. La entrega no tiene muchas sorpresas: un pesimismo ya casi estructural, desconfianza en las instituciones y pésimo concepto de la política y los políticos. Aún no hay atribución de escaños y aunque el ignoto modelo de estimación de voto, la célebre «cocina», siempre resulta discutible en sus resultados, la tendencia es más que verosímil: el desgaste del Gobierno aún no parece suficiente para perder frente a un PSOE incapaz de remontarse a sí mismo. Con una alta abstención y un leve alivio de la erosión bipartidista frente a la relativa desaceleración de las hasta ahora crecientes minorías.