Aguas

JON JUARISTI – ABC – 30/10/16

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Me quitaron el agua el jueves por la mañana. Y hasta hoy, ¿pueden creerlo?

El Escorpión es signo de agua. Por eso el Wilhelm Tell de Schiller comienza en pleno estallido de una tempestad, el día de San Simón y San Judas –o sea, tal día como anteayer–, con el lago embravecido de los Cuatro Cantones reclamando un sacrificio humano.

El lago helvético de los Cuatro Cantones se llama también de Lucerna –lag Lucerna, en retorrománico–, por la antigua ciudad romana que a él se asoma. Lo curioso es que en España, según la tradición, otro lago llevó ese nombre, el de Sanabria. Lo debía a otra Lucerna mítica, la del cantar de Anseïs de Carthago, epopeya francesa del ciclo carolingio. Según la leyenda que le dio origen, Carlomagno sitió en vano la ciudad sarracena así llamada, Lucerna o Lusierne, de altas y fuertes murallas rojas como carbones encendidos. Tras un largo asedio, el emperador de la barba florida pidió al cielo que la destruyese, ya que los cristianos no podían tomarla. Accedió el Altísimo a sus ruegos y sumergió Lucerna en un gran lago, formado al inundarse milagrosamente, en cosa de un instante, lo que había sido hasta entonces un valle de intenso verdor:

Lucerna quae est in Valle Viridi («Lucerna, que está en el Valle Verde»), como reza la Crónica del Pseudo Turpín en su descripción del Camino de Santiago. Se hundieron en las aguas los orgullosos muros y sus defensores se convirtieron en grandes peces negros. Acaso siluros. Quizá celacantos.

La Lucerna del cantar de gesta podría ser la roja Ciudad de Cobre o de Bronce de las Mil y Una Noches, o sea, la Ciudad de Alatón de las leyendas moriscas, que los árabes situaban en España. Más aún, parece ser un símbolo de España, la tierra de Héspero, estrella de cobre candente. También era una fortaleza inexpugnable, defendida por genios o por zombis galaicos, y también agotó la paciencia de los sitiadores, que suplicaron a Alá que la destruyera. En algunas versiones las arenas se la tragan. En otras, las aguas.

En la leyenda española, la ciudad maldita se denomina Valverde de Lucerna y era una especie de Gomorra católica y gallegoparlante que, en mitad de una de sus furibundas orgías a base de orujo y queso de tetilla, se sumergió con sus gentes en las profundidades de las aguas. Unamuno, tantas veces citado el pasado jueves durante el debate de investidura, oyó dicha especie de labios de lugareños cuando recorrió a pie el hoy Parque Natural del lago de Sanabria en 1930 y supo que todavía repicaban desde el fondo de las aguas las campanas de la iglesia en las noches de San Juan, como llamando a la penitencia o a las urnas: «Campanario sumergido/ de Valverde de Lucerna,/ toque de agonía eterna/ sobre el caudal del olvido».

Reconstruyó la ciudad legendaria como ámbito novelesco de su San Manuel Bueno, mártir a partir de dos aldeas muy reales de las orillas del lago de Sanabria, Ribadelago y San Martín de Castañeda. Esa última novela de Unamuno (sobre un cura desgarrado entre la fe y la razón) se publicó un mes antes de la proclamación de la II República. Como algunos recordarán, Ribadelago fue arrasada por las aguas del embalse de Vega de Tera, cuya presa se rompió el 9 de enero de 1959. Murió un tercio de su medio millar de habitantes. El régimen levantó un nuevo pueblo para los supervivientes, Ribadelago de Franco.

No lloverá a lo largo del puente de Todos los Santos (o de Halloween para los horteras), tendido sobre las aguas del olvido, el río Leteo o Lethes, el Limia de los gallegos y de los portugueses. Lo cruzas y se te olvida todo lo anterior. Por ejemplo, este año en funciones, el año que vivimos deliciosamente. Me cortaron el agua el jueves por la mañana, se lo juro por mis muertos. Todavía no me la han vuelto a dar.

JON JUARISTI – ABC – 30/10/16