• JON JUARISTI-ABC
  • Mañana es Santa Águeda, día de tradición inasumible pero indeleble

ESTA tarde saldrán por las calles del país vasco los coros de Santa Águeda, cantando las coplas de la santa y acompañándose de bordones con los que marcan un compás binario y arcaico, un ritmo de partida carlista. Cuando de niño vi los daguerrotipos del Cura Santa Cruz y sus mariachis, todos ellos con bordones y fusiles de chispa, creí que se disponían a cantar las coplas y a pedir aguinaldos, no a matar carabineros ni a quemar trenes. Acaso iban a todo eso y a algo más, quién sabe. La verdad es que lo que echo de menos en Madrid, probablemente lo único que añoro de mi región natal, son los coros de Santa Águeda.

Los coros de Santa Águeda, en la Bilbao de mi infancia, eran de hombres solos. Hoy son mixtos, como en toda Vasconia, y cantan en vascuence incluso donde nunca se habló, en los pueblos de la Ribera navarra, donde se cantaban coplas en romance como las que recogió José María Iribarren. Esta, por ejemplo: «Gloriosísima Santa Águeda,/ de las santas sin rival,/ que le cortaron los pechos/ igual que se cuerta el pan». En Castilla y León no conozco nada parecido, pero las Águedas toman el poder municipal en muchos lugares el 5 de febrero. Algunas leyendas locales, como la de Zamarramala, sostienen que lo hacen así en conmemoración de una batalla contra los moros que fue ganada por las mujeres del pueblo. La extensión geográfica de la costumbre sugiere, sin embargo, que se trata de un rito carnavalesco de inversión simbólica del poder, en virtud del cual los alcaldes entregan la vara por un día a una alcaldesa, lo que no tiene mucho sentido ahora que hay alcaldesas, concejalas, ministras y presidentas autonómicas, pero si se mantiene será porque algún encanto le encuentran.

No sé, sin embargo, si alguien se acuerda ya de la santa, una doncella cristiana de Catania martirizada el año 251 por el procónsul Quintiano, durante la persecución de Decio. Ante la negativa de Águeda a abjurar de su fe, le cortaron, efectivamente, los pechos, suplicio que sufrió impávida, reprochando a Quintiano su estúpida fobia por órganos como los que lo amamantaron a él mismo. De regreso al calabozo, fue allí curada por San Pedro, que devolvió a los pechos su integridad y su turgencia. El procónsul, furioso, ordenó arrastrar el cuerpo de Águeda sobre brasas y cristales cortantes hasta que murió desangrada. Es, obviamente, patrona de las lactantes, enfermeras y puericultoras, y se la invoca o se la invocaba a menudo en las mastectomías (no, sin embargo, en la cirugía de implantes).

Hay pinturas que representan a Santa Águeda bien vestida y con aspecto saludable, portando en una bandeja sus pechos cortados, como en el fresco de Piero della Francesca o en el óleo de Zurbarán. Pero son muchas más las que representan el suplicio en toda su crudeza, con los verdugos armados de tenazas o cizallas. En la Italia barroca y posbarroca fue un tema muy popular. En mi niñez vi con frecuencia la tabla de Gaspar de Palencia que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. En ella un sayón rebana el pecho izquierdo de la santa con un alfanje, una imagen inquietante que se me hizo pronto familiar. Recuerdo haber comido en Zaragoza los bollos o pasteles conocidos como teticas de Santa Águeda. Supongo que se siguen vendiendo. En algunas partes de Galicia he oído llamar al queso de tetilla peito d’Agueda, que suena a chiste licencioso y sádico del marqués de Bradomín, pero que viene de un culto propiciatorio, quizá con raíces paganas en la devoción a la Diana multimamaria aunque de innegable carácter cristiano. En fin, no quiero ni imaginarme lo que van a montar las del me too cuando se enteren de todo esto.