El plan del lehendakari y su tratamiento en la Cámara de Vitoria dibuja ya el agujero negro sin convivencia política a la que nos quieren llevar. No pasa nada, los agujeros negros se resolverán con diálogo; pero si éste no es suficiente, espero que alguien diga que hay que dar la vuelta antes de que la nave sea tragada por el sumidero.
Los agujeros negros son esos espacios, algunos dicen de vacío pero cargados de energía, por donde escapa la del universo y alguna estrella de vez en cuando. Es evidente que no me voy a ganar la vida como científico en el tema; lo que me interesa es observar la cantidad de agujeros que han aparecido en nuestra vida política, siendo a la vez solidario con Javier Solana en el Comité Federal del PSOE. Porque mientras explica que el mundo retiene el aliento ante la sucesión de Arafat, que está preocupado con la suerte del Tratado de la Constitución Europea y sigue con igual estado de ánimo los acontecimientos de Irak, sus compañeros se enzarzan por el asunto de las traducciones en valenciano o en catalán, y podríamos añadir que con lo de las selecciones de patinaje. No voy a volver a citar la gran discusión del Congreso de los Diputados sobre los farolillos de papel, cuando se le ocurrió a Pavía entrar con su caballo en él porque ya estaba bien de perder el tiempo cuando había una guerra civil en el Norte y el cantonalismo en Levante. A los políticos españoles les encanta perder el tiempo, y las energías, creándose agujeros negros.
Pero agujero negro de verdad, por donde vamos a ser tragados todos, es el plan de nuestro lehendakari y su tratamiento en la ponencia de la Cámara de Vitoria. Me recuerda la institucionalización de las dos Españas -de las dos Euskadis en nuestro caso- que representaban aquellas Cortes de la dictadura, a las que sólo podían acceder procuradores designados casi en su totalidad por el régimen; el resto ni existía ni podía hacer llegar su voz. Los procuradores de aquellas Cortes no cobraban sueldo; les pagaban, sin embargo, una cantidad por enmienda presentada. Luego eran retiradas a tiempo, pero que daban la sensación de la existencia de un profundo debate que se resolvía en una votación por unanimidad, con aplausos y algún grito de «Franco, Franco», cuando tal ley era aprobada.
Si se pagasen las enmiendas de IU en la ponencia del plan Ibarretxe (69), o las de EA (42), se iban a hacer de oro. Hasta el PNV presenta enmiendas en este paripé de duscusión sesuda en el que los desafectos -el PP y el PSE- están de convidados de piedra, porque el debate sale fuera de todo el marco legal consensuado en su día, en una parodia que acabará con la unanimidad de los abetzales y sus acólitos, con algún grito de «Ibarretxe, Ibarretxe», en una farsa preocupante por lo que tiene de profética configuración del autoritarismo que ya conocimos en el pasado. La participación es para los adeptos al nuevo orden paradisíaco de toda alucinación nacionalista, y el resto, convidados de piedra, como ya lo están en la ponencia, dibujando el agujero negro sin convivencia política a la que nos quieren llevar.
Pero no pasa nada, los agujeros negros se resolverán con diálogo, pero si éste no es suficiente espero que alguien diga que hay que dar la vuelta antes de que la nave sea tragada por la dinámica del sumidero.
Hasta la historia de España se ha calificado como una historia negra. Es verdad que ese calificativo lo han hecho personas desde el liberalismo y la progresía, pero estos veintiséis años de democracia no nos puede hacer olvidar la visión pesimista de Goya de dos hombres enterrados hasta la rodilla dándose estacazos, tras haber disfrutado un optimismo ilustrado que incluso le llevó a aceptar en un principio la presencia de Napoleón como elemento exterior necesario para sacarnos de nuestra negrura. Algo así como la intervención de los americanos en Irak.
Tenemos una gran tendencia hacia la negrura. Y así, cuando esa enérgica mujer que es María San Gil exclama en el congreso que la elige presidenta del PP vasco que «entre la España secular y Euskal Herria, elegimos España», otra vez se reboza en ella. Que si Euskal Herria era el agujero negro de los carlistas, la España secular era otro agujero negro del que hay que escapar. Es la España constitucional la que nos permite el bien sagrado de la convivencia, no esa rancia que se cargó a Riego y que hizo que lo más florido de nuestra inteligencia muriese en el exilio.
Habrá que editar una guía para políticos en España, probablemente otra Guía Michelín en cuyo primer capítulo se explique cómo evitar los agujeros negros. Que hasta don Quijote se cayó en una sima.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 10/11/2004