Tonia Etxarri-El Correo

Que el lehendakari enfriara ayer el adelanto de las elecciones autonómicas vascas, como hizo en el Foro Expectativas Económicas organizado por EL CORREO y Banco Santander, podría dar lugar a una ocurrencia chistosa del Club de la Comedia porque se le considera, por definición y acción, un político más bien frío. Pero la decisión sobre la fecha de la convocatoria a las urnas es de las pocas atribuciones que le quedan en relación al partido que le acaba de apear (el verbo ‘prescindir’ no le gusta a Andoni Ortuzar) para renovar su candidatura. Resignado a la voluntad del PNV de quitarle el foco del liderazgo institucional, se aferra a su competencia de convocar las elecciones cuando más le convenga. Y demostrar que es él quien marca los tiempos.

No está siendo un final fácil para este lehendakari amortizado por su propio partido. A pesar de que se guardan las formas y de que el propio Ortuzar se esfuerza en decir que todo este proceso se está haciendo de común acuerdo. Porque de la necesidad por reaccionar ante su pérdida de votos, el PNV le ha señalado como chivo expiatorio para descargar sobre él las culpas del desgaste de la sigla y proponer a un sucesor sin pedigrí, como Imanol Pradales.

Mientras Urkullu sigue en el ejercicio de sus funciones en tiempo de descuento, el PNV ha afianzado su alianza con Junts, como contrapeso a la que mantienen Bildu y ERC. Nos espera un ciclo de revolcón a la lealtad institucional, de deconstrucción de la Carta Magna, de supeditación a las exigencias secesionistas, de desautorización a los jueces no adscritos a la corriente sanchista. Los encuentros furtivos entre emisarios del Gobierno y Junts fuera del marco europeo han ido haciendo mella en el síndrome de Estocolmo que padecen los socialistas. No sólo porque Santos Cerdán se haga cargo de lo mucho que debió sufrir Puigdemont en el «exilio», sino porque están haciendo suyos los planteamientos del prófugo. El dislate de la figura del verificador de conflictos (dos por uno, porque Junts y ERC tendrán su propio mediador) ha vuelto a poner a Sánchez frente a su archivo. ¿Qué decía antes de depender de Puigdemont sobre los verificadores? ¿Y a Sánchez qué más le da? Que diría Patxi López.

Si no se rompe España no será porque los aliados de La Moncloa no lo estén intentando. Pero la convivencia está ya muy deteriorada por la polarización. El muro de Sánchez va ganando altura. El mismo ‘illuminati’ que decepcionó a Urkullu cuando intentó persuadirle de que convocara elecciones en vez de proclamar unilateralmente la independencia es quien tiene cogido por el cuello al inquilino de La Moncloa haciéndole comulgar con ruedas de molino. No estamos en tiempos de principios sino de mercadear con el afán de poder. Al lehendakari que logró reconducir la fase más radicalizada del PNV en tiempos de Ibarretxe, lo aparta su partido. Estoy segura de que se le echará de menos. En el foro de ayer, se le brindó una despedida solemne.