Batasuna no rechaza ni toma de distancia respecto de ETA; se limita a practicar con ella un ejercicio de natación sincronizada. Toca al Estado aceptar lo que se le propone para la «normalización política». De momento, se ha perdido una gran ocasión para normalizar la vida política vasca, ya que con Bildu volvemos al pasado.
Una de las páginas más brillantes de ‘Tiempo de silencio’ era aquella en que ironizaba acerca de las conferencias de Ortega y Gasset. Si no recuerdo mal, y bien puede suceder porque en el tema se mezclan en mi mente el libro y las explicaciones sobre el tema de su discípulo Paulino Garagorri, el filósofo exhibía ante la asistencia una manzana y señalaba que los espectadores creían ver eso, una manzana, cuando en realidad solo estaba presente ante ellos la cara visible de la manzana. La oculta estaba compresente, término existente en italiano pero no en español.
La distinción puede ser muy útil a la hora de valorar el tema de la legalización de Sortu, la heredera de Batasuna al parecer transformada en organización democrática opuesta al terrorismo (perdón, a la violencia), que explícitamente manifestó para probarlo un tajante rechazo a ETA. La mayoría de las críticas dirigidas a la posible legalización destacan la ausencia de cualquier tipo de condena o distanciamiento respecto de la trayectoria terrorista etarra en el pasado o, dicho de otro modo, la falta de arrepentimiento en quienes han cometido o respaldado la comisión de tantos crímenes. A mi juicio, se trataba de un planteamiento equivocado, ya que entonces, lo mismo que si era requerido el fin de ETA para legalizar a Sortu, con excluir esa posibilidad, bastaba. Nada más ver el cuadro de veteranos en la sala donde Etxeberria e Iruin presentaron los estatutos, si partimos de la base de que los hombres nunca cambian de ideas, estaríamos ante una escena digna de Billy Wilder y su Asociación de Amigos de la Ópera en Some like it hot.
Con toda seguridad, ninguno de ellos se ha arrepentido de su compromiso con la organización terrorista en el pasado. Esto es grave desde el punto de vista moral, pero no tenía que serlo desde el punto de vista político, por lo menos en lo que concierne a la legalización, ya que la condición no figura en la Ley de Partidos. Ahí está el caso de los dirigentes de las Brigadas Rojas en la Italia de los años 90, quienes rechazaron el terrorismo que aun seguían practicando algunos con sus siglas, porque ya dicha táctica había perdido todo sentido político. Esto era lo deseable para el mundo de Batasuna, y por otra parte encajaba con la actitud de distanciamiento frente a la violencia que según las encuestas prevalecía en las gentes de la izquierda abertzale.
Por eso, ante la rotundidad de las afirmaciones contenidas en los estatutos de Sortu podía pensarse que a la evidencia proporcionada en el acto correspondía una actitud similar de rechazo como algo naturalmente compresente. Quedaba por ver si en lo sucesivo Sortu proporcionaba signos de que realmente ahora se trataba de hacer política independentista al margen de y frente a ETA. Había que recordar que en la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo en 2009 donde era confirmada la ilegalización, no solo se hablaba de declaraciones explícitas de condena de los actos violentos que Batasuna había omitido, practicando todo lo contrario, sino de «la pluralidad de actos y comportamientos» de los cuales cabía deducir «el compromiso con el terror y contra la coexistencia organizada en el marco de un Estado democrático».
La sorpresa es que una vez planteada la legalización, nada sucedió. Ni un artículo sobre el contenido de la nueva etapa, ni un milímetro de cambio en la lengua de palo de Gara y un silencio elocuente de ETA, que escucha cómo su antiguo brazo político le rechaza como si oyera llover. Llega la detención del comando Otazua, que invalida los argumentos de los bienpensantes sobre una ETA que ya supuestamente no quería atentar y la respuesta de Sortu se produce envuelta en eufemismos y significativamente tarde, contra «la violencia». Por fin, ETA lanza su comunicado apelando al de siempre, Brian Currin, a efectos de impulsar la internacionalización del conflicto. Seguro que Sortu, si es que aun vive, está de acuerdo.
Todo encaja si tenemos en cuenta la circular interna de Batasuna en el mes de enero pasado, declarando haber llegado al punto final de las concesiones y celebrando el eco alcanzado por su «apuesta política». Nada de rechazo ni toma de distancia respecto de ETA, cuyo comunicado de alto el fuego celebra. Nada se le exige ni se le exigirá. Toca al Estado aceptar lo que se le propone para la «normalización política». «Proceso democrático para solucionar de manera definitiva el conflicto político y el conflicto militar», aurrera. Sin duda Batasuna no forma parte de ETA; se limita a practicar con la banda un ejercicio de natación sincronizada. De momento, se ha perdido una gran ocasión para normalizar la vida política vasca, ya que con Bildu volvemos al pasado, voten los jueces lo que quieran más tarde.
Antonio Elorza, EL DIARIO VASCO, 6/4/2011