EL MUNDO 31/01/14
SANTIAGO GONZÁLEZ
La vicepresidenta Sáenz de Santamaría hizo ayer un viaje relámpago a Bilbao para pagar una deuda que tenía con el PP vasco desde el 1 de octubre, cuando, después de una visita de cortesía a sus compañeros de partido, se reunió en almuerzo secreto con una delegación nacionalista integrada por dirigentes del más alto nivel: el presidente del partido, el portavoz del Gobierno vasco y el portavoz del Grupo Nacionalista en el Congreso. No se consideró necesaria la presencia de la portavoz nacionalista en el CGPJ, (el partido y los tres poderes) quizá porque estaba en vísperas de su renovación. «No tenemos miedo a contaminarnos por salir en una foto con el PP», dijo entonces el presidente Andoni Ortuzar, aunque esta clase de excursiones las prefieren discretas.
La dirección del PP vasco se sintió injustamente orillada y con razón. El nacionalismo tiene una aspiración básica a mantener una interlocución directa con Madrid. Abstenerse intermediarios. Esto también lo ha experimentado el PSOE y el propio PP durante la mismísima etapa Aznar. El vicepresidente Cascos y su esposa de temporada fueron huéspedes de honor de Arzalluz y Anasagasti, que les invitaron a angulas en el comedor privado de Sabin Etxea. Tampoco en aquella ocasión invitaron a los populares vascos.
O sea, que Soraya vino ex profeso «con el billete de vuelta a Madrid», por decirlo con palabras de la presentada, hizo el discurso de aval de la presidenta de los populares vascos y se marchó cuando terminó el acto.
El discurso de Quiroga parecía la traducción al castellano del manual de instrucciones de una batidora coreana. No parece que la presidenta tenga quien le escriba, a juzgar por las muestras de lenguaje distraído en que a veces incurrió, al decir, por ejemplo, que la inestabilidad, la vida dura, «ha trazado unos cimientos robustos para encarar el futuro de otra manera (sic a la totalidad)».
Hay quizá en ello un exceso metafórico junto a la pretensión adanista y algo autorreferente de inaugurar el mundo y la política: «Y esa fortaleza forjada (…) por hombres y mujeres del Partido Popular vasco, ejemplares, intachables y admirables por su coraje cívico, es el principal escudo y motivación para dirigir este gran partido en el País Vasco».
Frente a tanta autosatisfacción, uno recuerda como un modelo de autocrítica la de Mayor Oreja en 2001, al decir que la izquierda antifranquista había luchado más por las libertades en el País Vasco que la derecha a la que él mismo pertenecía. Por otra parte, la generación que acaba de tomar el mando debería ser más modesta y más curiosa, y pedirle que les cuente cómo él fue el muñidor del pacto que llevó al PNV a votar la investidura de Aznar en 1996 y los Presupuestos en los cuatro ejercicios que siguieron. Cómo después, él y el propio Aznar pasaron a ser sus bestias negras. Sobre todo, el quiroguismo no debería olvidar el dato: Mayor se hizo cargo del PP vasco con seis diputados en el Parlamento vasco y lo dejó con 19. Le quedan algo menos de la mitad. Y es de temer que bajando.