Ignacio Marco-Gardoqui
El Banco Central Europeo decidió el jueves bajar los tipos de interés oficiales. La noticia era esperada y el monto de la bajada es exiguo. Lo primero está bien, cuanto más previsible sean los movimientos del BCE mejor se podrán acomodar a ellos los agentes económicos cuya actividad depende de ellos. Y el monto es escaso, pero es la demostración de que la marea cambia de sentido tras muchos años de política monetaria restrictiva obligada por las altas inflaciones que trajeron la pandemia y la guerra de Ucrania. En adelante veremos más decisiones sobre los tipos, pero todas ellas serán a la baja.
El trabajo del BCE lo podríamos encuadrar dentro de los de ‘cirugía de precisión’. Su principal obligación es cuidar de que los precios no suban y encarezcan la vida de la gente y la actividad de las empresas. Cuando los precios suben por la presión de una demanda boyante, la subida de tipos de interés, que es restrictiva, logra enfriar el crecimiento de la economía y minorar la inflación. Pero para que ese enfriamiento no termine en un ‘rigor mortis’ debe poner atención a que la contracción no sea excesiva y el parón no sea demasiado brusco.
Aquí había un problema añadido, ya que el despegue de la inflación no se debía a una exuberancia excesiva de la demanda, sino a un rebrote tremendo de los costes por culpa de los precios de la energía. De ahí que había sus dudas sobre la idoneidad de las subidas de tipos para contener una inflación de costes. El resumen es que los precios se han contenido, aunque no han alcanzado todavía los objetivos previamente establecidos, pero su coste en actividad ha sido muy grande. La economía europea languidece incapaz de seguir el ritmo de sus competidores mundiales. La previsión de crecimiento se ha revisado al laza en un 50% que es un porcentaje espectacular, pero el problema es que la subida se aplica sobre un minúsculo 0,6%, lo que enfría el entusiasmo.
Habrá nuevas bajadas de tipos, pero ¿cuándo se producirán y de qué tamaño serán? Pues nadie lo sabe. El BCE anuncia que actuará como Simeone, ‘partido a partido’, es decir, dato tras dato. Y seguirá estrábico, pues deberá vigilar con un ojo a los precios (que parecen haber invertido su tendencia a la baja) y con el otro al crecimiento para evitar que la economía se gripe.
La nueva Comisión que salga mañana de las urnas también tendrá mucho que decir. No en lo referido a los tipos, pero sí en una variable clave como es el grado de dureza que aplicará a la cacareada vuelta a la ortodoxia fiscal, odiada por algunos y temida por todos los países miembros.